Luis Alberto Crespo (*)
Fotos ENRIQUE HERNANDEZ-D'JESUS Leer a Gerbasi conduce a que sintamos la más alta estima por el mundo que nos sostiene, pero no para seguir aquí, para estar aquí, sino para habitar lo que de él es promesa de permanencia invisible, de vividura ultraterrena |
Oh el ave quinquina, la criatura sin presencia, en el bosque de mijaos y plátanos que nos niega la montaña de Montalbán, donde duermen los tigres y los truenos. Sólo persiste su ilusión, no en el follaje: en la escritura; y mucho más aún: en la imagen, enteramente real: el de su nombre de fatalidad, el vestido gris, el vuelo oscuro, al final de tarde, metida en el ocaso como en la mirada que la persigue inútilmente en el bajo monte -ya es casi noche sobre el camino a Canoabo- cuando, de nuevo, difunde su pesar desde el fondo de su verdadero ser y del único paisaje habitable: una aldea perdida entre los planetas, sobre el valle que cabe en la cuenca de la mano como en la rendija de Orión, hace ya tantos fines de verano de aquella vez de mi paseo con un niño, el bigote delgado de cepillo de dientes, la arruga del asombro y de la cavilación en la frente, el hablar de quien juega con las palabras en la arena o el follaje seco, la mirada, detrás del vidrio, atenta al animal imposible que perseguía remedando a su memoria antigua por el paisaje caliente del Caribe y en la campaña helada del Tirreno, aprendiz de Garcilaso y de Saba, diciéndome su amistad con ese canto enlutado en las soledades de Aguirre, los baldíos de Temerla, la selva abatida de Urama, antes de que la tierra se transfigure en celebración y elegía, mucho antes de que el mundo quepa por entero en el rocío y en la llovizna, palabra a palabra: "Te amo infancia, te amo"; lejos aún el sonido precioso de las Liras, el rumor del Bosque doliente bajo los Círculos del trueno, muchacho todavía a caballo por el sendero, rozando la hoja sudorosa, el grillo, golpeado por la mariposa y la espiga, viendo "cómo se esconde el ser/en el suspiro leve de las frondas".
Pero no; no estaba la quinquina en el afuera. Había que buscarla en la escritura, allá va, entre las frases y las ramas, no sé en qué libro, "aquí junto al río, más allá, no se sabe dónde, junto a la muerte", escondida, "en la monótona melancolía de la paloma torcaz" que es su otra presencia en la ausencia dentro del matorral y de nosotros.
No sé con cuánta insistencia me busca el ave invisible ("oh la criatura que nunca existió", dijo Rilke del Unicornio) mientras leo a Vicente Gerbasi detrás de los párpados, mientras veo su poesía con la mirada tapiada por gusto de gozar el resplandor que deja en el pensamiento, más nítida, más rotunda que su reflejo sobre el papel, indistinta, confundidas las motivaciones y las imágenes del primer balbuceo y del último decir, genésica, fundacional, como ese entendimiento de la aldea terrestre y la aldea celeste en la noche estrellada sobre la cual, perennemente, destella, al final del viaje que se detiene en la realidad (el olor a café de la calle Caramacate de Canoabo, el perfume del trigo de los valles de Vibonati, entre la infancia venezolana y la adolescencia italiana); y vuélvese por la ruta del encantamiento a través de un paisaje sin lugar, llamándose en toda latitud y en todo tiempo, Canoabo, más bien infinito, país de tierra y del aliento, comarca propiciatoria y palabra talismán, de las que región y geografía son la otredad, "sin patria en el tiempo", como la nostalgia, repetiría Rilke y todos los caminos vienen a comer en nuestras manos, refrendaría Perse.
"Lo que amo en ti, Gerbasi", le digo en aquel recuerdo por el camino de mijaos y plátanos, es el regreso a la siempre primera vez de la inocencia, al niño que elige la imagen a modo de abalorio, de "césped con cabras" y que después olvida, o mejor, deja en la sien de donde, luego -y luego es la eternidad que en la obra se contiene-, la reclamará el corazón, "la emoción ardiente" de que habla Reverdy.
Por eso, cualquier lectura de Mi padre el inmigrante, a la vuelta de cualquier estrofa, es toda la lectura del principio y el fin de una disciplina de pureza que exigió para sí y para la poesía quien escuchaba el ave imposible en el monte estelar que lo llevará de regreso al universo que queda entre la calle Caramacate y las Pléyades, de esta orilla del río y a la otra de la Vía Láctea, en lo hondo de las montañas de Montalbán y de las constelaciones, del mismo modo como el desierto de la biblia prosigue en la soledad cósmica y cada pistilo del renuevo, la hebra del pasto, el guijarro de la arena, la hoja de la selva, la pluma de la pajarería, el grito de nacer, el primer respiro del espíritu anda en la búsqueda de un dios que los explica en el gran misterio de estar y permanecer.
La muerte, en medio de la celebración de la vida, nunca es la nada, jamás es vacuidad: todo es alma del mundo, polvo quevediano y para el poeta católico que fue Gerbasi, tránsito hacia el dios cristiano. Persignándose en uno de los poemas más conmovedores de la poesía venezolana, ruega que la amada muerta pueda continuar cuidando los helechos de su casa en los jardines del Paraíso en esta "Oración" que escuchamos en Diamante fúnebre:
En nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo
ruego que mi esposa
Consuelo, quien murió
el 3 de abril de 1990
y que en mi casa
era la mujer de los helechos,
pueda ahora cultivar
un jardín del Paraíso.
Tendrá toda la luz
de la Santísima Trinidad,
la claridad del comienzo
y la claridad del fin
en la flor de los almendros.
Yo te regalaré, Consuelo,
las orquídeas de los ríos
de Venezuela,
las flores moradas
de los llanos lluviosos.
Nuestros hijos
te darán los lirios
de Fra Angélico.
Todos los ángeles
te convocarán
a una colina azul
y tú podrás cultivar
todas las flores
y darme las primeras
cerezas del Universo.
Morimos como contemplamos, somos la ceniza de un constante fulgor, la herida que duele no es menos intensa que la delicia, ambas terminan confundiéndose en indistinta celebración del vivir.
Yo he visto a Gerbasi estarse viudo y lastimado de cuerpo sonriéndole a los colibríes de su jardín, mirando larga y sosegadamente las nubes con los mismos ojos del llanto cambiados en el brillo del éxtasis. Es que para él, poeta y por tanto metafísico, estar sobre la tierra conllevaba a una elevación interior aun durante el acto más simple del mirar y del decir (uno y otro confundiéndose en un decir otro, el absoluto y único de la palabra que mira y la mirada que escribe), por lo que cuanto convierte en motivación del poema resulta de una conducta y un ejercicio del afuera, del paisaje, me corrijo, ese espacio del mundo físico en el que se da aquella conjunción o inteligencia de la hoja y el trino, el relámpago y la luminosidad, la noche y el mediodía, el desasosiego y la calma, la tristeza y la calma, el dolor y el goce, la muerte y la vida, la ausencia y la presencia, la ausencia como presencia.
Alguien atribuyó al pensamiento gerbasiano cualidades panteístas. Hay un Dios en cada cosa, cada ser. Todo es ánima universal: la hormiga y el halcón, el tigre y la paloma, la flor y el incendio, el hombre y su espíritu, el niño y el cosmos. Y la muerte, siempre la muerte, pero nunca su vacío gnóstico, menos su tiniebla sepultada bajo tierra y en el olvido, porque persiste un regreso al principio, un devolverse a la primera vez personificada en el encantamiento en cuya emoción lo que nace y se extingue en el paisaje (ya sabemos: el paisaje que es el afuera transfigurado en imagen, en geografía terrestre y celeste, en campo real y alegórico), adviene, en el nombrar del poema, verbo, materia, pálpito vital nutriéndose de lo que se funda y se arruina.
Pocas veces se ha dado entre nosotros una obra poética en la que lo naciente y lo extinguido se anulen entre sí por la gracia del nombrar que los vuelve sentimiento, de la poesía entendida como única vía posible para hallar la eternidad en lo temporal, el alma en la carroña. Estamos ante un ejercicio insaciable de inocencia, esa regla de oro del comportamiento humano.
Ningún deliberado propósito temático, siquiera la reiteración de éste o cualquier motivo, tampoco la idea fija o el adjetivo reiterado (lentos gavilanes, la hoja sudorosa, el universo en la gota de rocío, el brillo de la melancolía) escapa a tal postura, a semejante educación de los sentidos.
Leer a Gerbasi conduce a que sintamos la más alta estima por el mundo que nos sostiene, pero no para seguir aquí, para estar aquí, sino para habitar lo que de él es promesa de permanencia invisible, de vividura ultraterrena, como que somos y seremos aliento de los astros, respiración del infinito.
Lo que fascina en una poesía y poética semejantes es que atendiendo a tal exigencia de lo inmenso, la ética y su lenguaje desdeñen lo conceptual, la abstracción, la comprensión oculta, y privilegien, al contrario, la figuración, el comparativo con lo inmediato o lo visible, tomados aquí, al azar, del cuerpo de la obra: "las flores de la noche en la memoria"; "a lo lejos ulula la montaña de un dios"; "lentamente fui despertando en una luz de conejos"; "pájaros de antiguo pensamiento fijo"; "había pequeñas nubes en el encantamiento"; "el mundo es bello como la hoja de la vainilla"; "sobre el maíz suena el cielo; existo por razones del espacio...".
Mientras atardecía en su vida se entretuvo dibujando la poesía sobre su rostro, detenido por la fotografía de Enrique Hernández-D'Jesús. Trazaba signos de carbón y tinta para mirarse a sí mismo y mirarse en el prójimo. La línea que seguía el propio parecido y el que imaginaba del amigo proseguía, casi sin interrumpirse, en la escritura del poema o en la frase más sencilla. En ellas y a través de sus trazos, sonreía o se quedaba absorto. Pero, de nuevo, una vez más, se presentía la quinquina, ahora oculta en su nombre oscuro de fin de tiempo y anuncio de la definitiva intemperie, la de la tierra y del cosmos, en donde sentiremos perdurar más allá de los días el alma de Vicente Gerbasi:
Soy la contemplación.
La estrella
en la frente del profeta.
Vi la aldea
de la pastora
que llevaba el llanto.
Nunca pasó la historia
de las casas.
Ellos movieron en silencio
el día de mi muerte.
(*) Poeta
Carlos Contramaestre (*)
En el caso de Gerbasi, la práctica esporádica del dibujo, realmente significaba, "más que un modo de hacer, un modo de ser"
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La escritura y la pintura, y en general el arte, se identifican en esa búsqueda común de conocimiento y relación entre el hombre y el universo, no sólo como actitud contemplativa, sino como participación de su quehacer vital. No es casual que los escritores y los poetas hayan sentido la necesidad de ampliar y transformar el espacio imaginario con la ayuda de otras disciplinas estéticas, sobre todo con la pintura. Borrar esas férreas fronteras, tradicionalmente impuestas y aceptadas, entre la pintura y la escritura, ha sido uno de los desafíos a vencer, planteado como acicate por algunos escritores; teniendo como indiscutible antecedente los ideogramas chinos y los códices mexicanos, así como también, la concepción renacentista de la integración de las artes. Propósito orientado a replantear la conquista de un lenguaje único de interrelación, como en su tiempo lo entendieron: William Blake, Víctor Hugo, Lewis Carrol, Teófilo Gauthier, Apollinaire, Michaux, Severo Sarduy, Sábato, Alberti y otros.
En el caso específico de Vicente Gerbasi, la práctica esporádica del dibujo, realmente significaba, "más que un modo de hacer, un modo de ser". El lo concebía como parte del desahogo de la existencia, como la prolongación de la respiración poética, que busca otras espitas liberadoras, catárticas. Esto explica, el profundo fervor que ponía Gerbasi en la ejecución de estos convulsos y directos dibujos, como secretos registros de las mutaciones de la escritura en nuevos significantes.
La presente colección de dibujos de Vicente Gerbasi, que por primera vez se reúnen en esta excepcional edición, ha sido rescatada, conservada y clasificada, gracias a la intervención y cuidado que Enrique Hernández-D'Jesús ha prodigado a estas obras sobre papel y cartón. Gran parte de esos dibujos fueron realizados por Gerbasi en el estudio de Hernández-D'Jesús y el resto en la casa del poeta, y a la muerte de Consuelo, en la casa de su hija Beatriz. En todo caso no faltaba la animada tertulia, el humor, ni los chispeantes diálogos, atizados por la inventiva creadora o el deseo vehemente de vivir reconciliados, en la secreta celebración de la poesía. En esas reuniones informales participaron escritores y poetas amigos, que pueden verse en algunos retratos de gran fuerza y simplicidad, que conforman esa galería, tales como los de: Juan Sánchez Peláez, Salvador Garmendia, Stefania Mosca, Luis Alberto Crespo, David Alizo, Manuel Caballero, Fernando Arbeláez y el propio Hernández-D'Jesús. Completan la colección, los dibujos del entorno familiar de Gerbasi: homenajes íntimos a sus hijos y nietos. Además, algunos paisajes imaginarios, nocturnos, criaturas insomnes y la evocación intemporal de los poetas Neruda, Rilke, Juan Beroes.
La pasión de Vicente Gerbasi por la pintura, se advierte en la insoslayable presencia de elementos visuales, plásticos, en las imágenes de su poesía, que sin ser descriptivas, crean atmósferas luminosas, cegadoras, emparentadas con el espacio reverberante de Reverón. Para Gerbasi, el dibujo está en función de la expresión y no de los materiales, ni de la técnica, que son secundarios. Lo atrae de la práctica de este arte, lo enigmático y misterioso de ese lenguaje que revela interioridades por su desvaída gestualidad. No precisan sus dibujos al carbón de la granulación del papel, ni de la aspereza para obtener calidades imprevistas, ni del estudio sistemático del modelo. En esos apuntes ligeros está presente la emoción, el choque de las luces feéricas y la presión sigilosa de la mano, la tensión del ensueño, los tonos difuminados, sutilmente graduados en cada adivinación de la ceniza del tabaco o de los pozos de café. El cúmulo de casualidades sugiere los perfiles de la mancha borrosa. Papeles de estraza impresos con harina de huesos, la técnica de la dulzura de los días inertes y las noches viudas. Gerbasi ejecuta sus bocetos en un mismo llanto serial, organiza las asimetrías de la memoria con lápices de carpintero y los funerales de la sombra reescritos en esos ojos sin retorno. El poeta no usa papeles a la tina blando, ni las tierras calcinadas del trópico en su diáspora. Líneas ágiles que emergen de sus manos de helecho, de la bella anchura del carbón, como si impulsara la palanca giratoria del zodíaco. Dibujos y palabras íngrimas en el silencio acumulado.
Trazos hechos de memoria, de corazón; el poeta se distancia de la naturaleza y atiende la esencia y latido del ser. Se sumerge en lo invisible, en las formas de la poesía, sombras imaginarias, enigmas, vacío, plenitud de la nada. Dibujos creados en horas de ensoñación casi inconscientes, como lo preconizara Víctor Hugo.
(*) Poeta
Juan Carlos Palenzuela (*)
No hay drama en los dibujos de Gerbasi. Impera la celebración de la amistad, de la barra, de la vida
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Consciente del personaje que tenía por amigo, Enrique Hernández-D'Jesús no sólo acompañaba a Vicente Gerbasi, uno de los más destacados poetas del continente, sino que tenía el tino y la fascinación de guardar todo tipo de papeles sobre los cuales sistemáticamente dibujaba, hacía retratos, imaginaba figuras, individuos, evocaba los rostros de sus colegas y amigos, ilustraba algún verso y en el balance de todo ello, junto a bocetos o viñetas, realizaba no pocos dibujos acabados. Tales dibujos, ilustraciones o apuntes, están en papeles encontrados al azar, a veces en alguna barra y que una vez concluido el dibujo terminaban en la cesta, salvo cuando Hernández-D'Jesús los tomaba a tiempo y los conservaba con celo. Así reunió 100 dibujos de Vicente Gerbasi (1913-1992). La amistad entre ambos poetas data de los años 70. Así, a partir de ese legado mínimo podemos hablar del Vicente Gerbasi dibujante, una faceta que permaneció semi-oculta, que sólo se manifestó en privado, y que a partir de ahora estará al alcance de todos los interesados en la personalidad de Gerbasi.
Son papeles blancos de carta, de servilleta, de periódico, de bolsas, de carpetas, de tarjetas de invitación. Cualquier soporte era válido cuando Gerbasi emprendía su rol de dibujante. Sus instrumentos son lápices, bolígrafos, marcadores, agua y ceniza de cigarrillo y ocasionalmente tinta china. Los temas más sostenidos son retratos, aunque en ocasiones aparecen alegorías o ejercicios libres. Algunas veces hallaremos su propio rostro.
Más que la obra de un aficionado, la de Vicente Gerbasi se enmarca en una cultura y una disciplina propensa al dibujo. Su generación recibió nociones escolares de dibujo que seguramente el poeta conservó y cultivó en privado. El que nunca lo haya mostrado no convalida su categoría.
Estos son dibujos que complementan su "fenómeno poético" -como diría él mismo-; dibujos que también revelan su actitud artística frente al mundo y cuyo contenido es persistir en la magia, la belleza y la amistad.
Es conocidísima la relación de amistad de Gerbasi con Armando Reverón, el genial pintor venezolano. Cuando casi nadie se había percatado de la categoría de la obra de Reverón y la presencia del personaje, Gerbasi ya era un visitante regular del Castillete. El va a testimoniar el ritual reveroniano, sus objetos de arte hechos con sus manos y sus muñecas, aspectos entonces no considerados relevantes, aun cuando eran parte integral de su lenguaje creador.
La naturaleza, los animales, la memoria, los colores, el vacío, la muerte, lo puntual, un idioma conciso, enigmas metafísicos (concepto de Pérez Perdomo) y una noción de libertad, son constantes y claves de la poesía de Vicente Gerbasi. Algunas veces escribió poemas para Reverón, para Manuel Cabré o para Alirio Palacios. Al leer alguna antología suya (digamos en Monte Avila, en 1980 ó 1990) encontraremos con relativa facilidad sus nexos con la plástica y el sentido visual de sus imágenes poéticas.
Desde julio de 1949 Gerbasi se desempeñó como director del Papel Literario. Pronto comenzó a publicar una serie de entrevistas con pintores venezolanos -Castillo, Cabré, Monasterios... y Durbán- en las que hallamos, entrelíneas, reflexiones suyas sobre estética. Por ejemplo: "Todo artista es un obcecado, un maniático que depura sus sentidos, su concepción del mundo, su conocimiento estético, en una permanente angustia devoradora, en un insomne desasosiego, en un constante buceo de la realidad". Así, concebía al creador como un ser en vigilia, construyendo sus imágenes a partir de lo que ofrece la realidad.
En octubre de 1949 afirmaba: "Las últimas corrientes del arte han ido desplazando las formas racionales para caer en un mundo irracional, caótico y alucinante, que tiende a expresar el alma angustiada de nuestro tiempo. El hombre de nuestro tiempo, el artista de hoy que esté realmente atento a las convulsiones del siglo, aunque viva en la apartada orilla del Orinoco, no podrá escapar a ese fenómeno". Este concepto muestra a Gerbasi a la altura de su época; siendo su poesía la expresión de una angustia existencial.
El centenar de dibujos de Gerbasi reunidos por Hernández-D'Jesús presenta un espacio gráfico coherente. Allí unas cuantas líneas definen los rostros. Las fisonomías son fieles. No hay detalles anexos y sólo cuenta la cualidad expresiva y de síntesis de la línea. Generalmente el dibujo va acompañado de un texto. Letra grande, abierta, en horizontalidad irregular, a modo de leyenda, en ocasiones como caligramas y perfectamente legible.
No hay drama en los dibujos de Gerbasi. Impera la celebración de la amistad, de la barra, de la vida. Sus imágenes son de afectos y aunque los papeles que les sirven de soportes son humildes es la exaltación de simpatías y camaradería lo que cuenta.
Tales dibujos fueron hechos en situaciones de expansión, de bohemia, de tarde o de noche, en compañía de poetas y escritores amigos, y seguramente sin intención artística expresa. Sin embargo, su calidad supera cualquier aspecto "adverso" de sus circunstancias originarias y ganan en categoría cuando se les miran con atención. Son dibujos que prueban tanto la existencia de su autor y su propio potencial como dibujante, como los nexos de amistad que le produjeron y que postulan de manera singular. Y son dibujos que Hernández-D'Jesús ofrece en su secuencia testimonial, al lado de fotos del entorno íntimo del poeta. Algunos de los compañeros de Gerbasi son Juan Sánchez Peláez, Luis Alberto Crespo, Caupolicán Ovalles, Ludovico Silva y Salvador Garmendia, todos insignes hombres de letras.
La fotografía constituye uno de los haceres de Enrique Hernández-D'Jesús. Su fotografía está estrechamente relacionada con su mundo de amistades. Sus modelos son principalmente escritores, quienes generalmente escriben a los bordes de las fotografías (otro capítulo de su obra es el desnudo, el eros y el autorretrato, en el que también encontraremos la palabra). Gerbasi fue un modelo por excelencia para Hernández-D'Jesús al extremo de permitir la presencia de la cámara en cualquier circunstancia.
Así, éste es un libro de Vicente Gerbasi desde sus trazos iconográficos al margen y ahora al centro pues su compilador los coloca en la mejor consideración del dibujo en Venezuela, y la fotografía múltiple de su propio rostro y el de sus amigos. Imágenes dobles para acercarnos a la aventura existencial de un creador que desde la palabra definió lo que vamos siendo.
(*) Crítico de arte