VICENTE GERBASI
Con estas palabras, el poeta colombiano introdujo la lectura de poemas que Gerbasi realizó en la Casa de poesía Silva el 2 de mayo de 1991.
El autor de este texto, junto a Gerbasi, Jotamario y Roca en Caracas
Por FERNANDO CHARRY LARA
A Vicente Gerbasi, cuya sola presencia es para sus amigos ocasión de felicidad, se le conoce como una de las figuras más representativas de la poesía contemporánea en Hispanoamérica. Por ello estas palabras no son, en manera alguna, de presentación de su obra o de su persona. Sino de exaltación por la alegría que nos trae su visita a Colombia.
Recordemos, llanamente, unos datos breves.
Nació Vicente Gerbasi en el año 1913 en Canoabo, una pequeña población del Estado de Carabobo, en la zona central del norte de Venezuela, cuyo paisaje ha estado siempre luminosamente reflejado en su verso. En Caracas y hacia 1940 se vinculó a los poetas que integraron el grupo Viernes. Similar, en algunos aspectos, al que por la misma época surgió entre nosotros bajo la denominación juanramoniana de Piedra y Cielo. Tanto Viernes como Piedra y Cielo constituyeron decidida reacción contra ecos tardíos, que aún entonces se oían del lenguaje modernista. Se sintieron esos jóvenes poderosamente atraídos por diversos ejemplos de la llamada Generación del 27. A tal influencia española se juntó la de otros poetas como los chilenos Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Rosamel del Valle. Todavía no se escuchaba en su profunda dimensión la voz de César Vallejo, muerto en el exilio parisiense un poco antes, en 1938. Se trataba en todo caso de alcanzar el adelgazamiento de la expresión poética, en la que ciertos modelos del pasado inmediato dejaron huella de pesadez y grandilocuencia. ¿Cómo lograr aligerarla de esa carga? La imagen poética por sí sola, multiplicada y gratuita, sin nexos con la mitología, la historia o el pensamiento, representaba sin duda el modo más adecuado. Los poemas se llenaron de imágenes, de metáforas. Era esa, en definitiva, la lección que les habían dejado los abanderados de la nueva poesía de su tiempo. Los poemas se convirtieron, de pronto, en verticales chorros de invenciones verbales. Y contagiaron a los lectores de su frescura y fosforescencia.
La poesía de Vicente Gerbasi se inició, temprana, con un libro de 1937: Vigilia del náufrago. Desde entonces ha sido constante, hasta hoy, su escritura poética. Ha sido frecuente y, a la vez, cálida, resplandeciente, alucinada. La inicial y prolongada lectura de románticos alemanes la hizo ser a la par lúcida y sonámbula. Y armoniosa, sin demasías ni turbulencias. Su perpetuo asombro ante la naturaleza lo atempera, coincidente, el sentimiento de la soledad y de la intimidad del hombre que la escribe. La palabra y la contemplación visionaria siguen mostrándonos, hasta en sus más recientes creaciones, la rara virtud de la hondura y la transparencia juntas. EI notable critico José Olivio Jiménez definió los rasgos sobresalientes de la poesía de Vicente Gerbasi diciendo: "Si la índole de su mundo interior (melancolía, ternura, nostalgia de la infancia, solidaridad con el dolor universal, angustia soterrada por las inestabilidades del ser y por la inexorabilidad de la muerte) ha determinado una expresi6n simbó1ica, que ha sabido aprovecharse cada vez con mayor discreción de las posibilidades antirracionales del lenguaje, su mismo amor a lo real le ha ayudado a configurar una palabra poética de gran plasticidad y concreción".
Vicente Gerbasi vivió en Colombia entre 1946 y 1947 como agregado de Asuntos Culturales de la embajada de su patria. Después iba a ascender al rango de embajador ante países de varios continentes. Pero el ejercicio de esas misiones no aminoró el fervor por el trabajo poético y fueron surgiendo, a lo largo de los años, sus valiosos conjuntos de verso. Algunos de ellos han sido vertidos a lenguas europeas. Se le admiró tanto su magia verbal, en la fascinación ante el escenario del trópico, como la relación estrecha que su lenguaje estableció entre aquel relampagueante espacio geográfico, el de su propia tierra, y lo entrañable de su ser. Esa singularidad, que con el tiempo fue concentrándose, se le reconoció desde sus poemas de juventud.
En Bogotá, la clarividencia de su mente y la generosidad de su corazón le hicieron gozar de unánimes respeto y cariño. Se vivía en nuestra ciudad en vísperas de trágicos acontecimientos que precedieron a largos lustros de violencia política. Y se vivía aún en época en que la actividad literaria, y sobre todo poética, constituyó elemento importante del acontecer nacional. Nada extraño debió sentirse Vicente, en medio que era el suyo. Se le trató como a fraternal compañero. Para muchos, más que nuestro amigo, fue nuestro hermano Por eso ahora le recibimos con tan sincera emoción. Vicente y su bella y dulce esposa Consuelo compartieron aquí, en la nación que apenas comenzaba a entristecerse, el entusiasmo juvenil por las letras y las artes. Su apartamento, en la Plaza de Chapinero, fue sitio de frecuente, bulliciosa y alegre reunión.
Vamos a tener esta noche el privilegio de escuchar, de labios de su autor, la deslumbrante y extática poesía de Vicente Gerbasi.
Memoria ardiente, poesía de Vicente Gerbasi
Rastros del creador venezolano, encuentros en Caracas o Jerusalén, y el recuerdo de un amigo poeta colombiano.
Foto Henry Molano, Archivo "La Prensa".
Por FERNANDO ARBELÁEZ
Fue sin duda una demostración de afecto por Colombia la designación de Vicente Gerbasi como agregado cultural de Venezuela en Bogotá a mediados de este siglo. Era amigo intimo del presidente Rómulo Betancur y uno de los poetas más representativos de su patria en ese momento. Había compartido con é la clandestinidad y, así, conocía muy cerca su extraordinaria calidad humana y había vivido su vigilancia de poeta. De esta manera entendimos el gesto presidencial porque no sólo era su amigo muy querido sino también un valor muy alto de la inteligencia venezolana. Pronto la generosidad de Vicente hizo de su casa un centro de reuniones en las que la fraternidad y el fervor por la poesía nos unió por el resto de la vida. Siempre añoramos nuestros años febriles en aquellos encuentros en un bar de Caracas o en un bar de Jerusalén en donde meditaba sobre los olivos de eternidad para alimentar su soledad de transeúnte diplomático. Pocos días antes de su muerte, cuando Fernando Charry y yo fuimos a despedirlo, con palabras entrecortadas por el tiempo que se le iba, nos pidió colaboración para su revista en donde siempre recibió nuestros trabajos con alegría y afecto.
Vicente Gerbasi fue transparencia y claridad en su amistad y en su poesía. Desde los poemas iniciales en los que confrontó el enigma de la sangre y el paisaje con una positiva expresión de la que surgía una conciencia de lo histórico, que arrancó desde unas profundidades a las que se llegan cuando se abren inmensas grietas en muy oscuras moradas del alma. Así avistaba ese secreto intimo en el absurdo proyecto de la vida y esa confrontación de una realidad superior frente a la cual nos encontramos irremediablemente derrotados. Por esto su lirismo tuvo siempre connotaciones místicas, un ansia de totalidad de la que no excluyo ninguna cosa, ningún ser, en la santidad del verbo. Fue la suya una lucha contra la opacidad de la materia, contra la furia de la inercia. En ella encontraba su libertad para imponer la magia de lo espiritual, glorificando cada visión con la cercanía de lo absoluto. Dotado de una severidad cuidadosamente disimulada, buscó las leyes de la alabanza de las cosas en casi todos sus poemas. Encontró siempre la palabra justa para encumbrar la apasionada intensidad con que miraba el mundo.
Al releer sus versos he soñado en un lago tranquilo, en una luminosa transparencia que nos va relatando el paisaje con inesperados matices, con un encuentro y un adiós de la belleza perfecta. Y más allá esa sombra inevitable de la soledad y de la muerte. Con la dulzura del agua, la meditación de Gerbasi en las palabras más simples nos conduce al relámpago y de repente "el alma como un trueno retumba como un sótano del cielo".
"No sollozo, estoy atónito". Dice la lucidez de su espíritu. Sin embargo su inspiración no cesa de poner amor en cada palabra y despierta en nosotros los más íntimos pensamientos. Una memoria ardiente se consume en cada una de sus claras imágenes, en donde una desgarradura o un enigma nos enfrenta a la crueldad del tiempo.
Poesía viviente desde el principio hasta el fin. Desde su gran poema Mi padre el inmigrante hasta sus Diamantes fúnebres. Sin un lugar para el olvido, pues cada palabra convida a un mundo que va a nacer. Y la visión total de un hombre justo que desde su soledad miraba las cosas que lo rodearon con todo cl amor posible, con la entrega del amor, con la necesidad del amor. Así llegaba a su alma un fugaz recuerdo: "Amapolas, alegría del tiempo, paciencia de Dios. Joyas".