Mi primer sueño fue cuando tenía algo así como dos años, estaba todavía dormido en el cuarto de mis padres, detrás de la cuna había un pequeño altar con imágenes de santos y un vaso de aceite con un corcho, y una pequeña vela encendida que iluminaba todas las imágenes. Desperté una madrugada, no ví ni a mi padre ni a mi madre sino que escuché unos gritos en mi casa de Canoabo, que es un pueblo que está en medio de la selva. entre Urama y Bejuma, en medio de la selva de Canoabo. Esa vez yo grité mucho y hubo una persona que estaba en mi casa. Ella era una empleada italiana. Me dijo: "No siga gritando porque tu papá está matando una culebra". Mi padre no estaba matando una culebra, lo que sucedía esa noche era que estaba naciendo mi primera hermana. Mi primera hermana, llamada Kety, así me lo contaron después. Yo no sabia quién era Kety. Yo estaba solo en la cuna. Hay otra cosa más importante. Esa cosa es el misterio del poeta. A los diez años sucedió lo del viaje a Italia. Mi padre, quien era italiano, había decidido que nos marcháramos a Europa. Antes yo andaba por Canoabo, asistía a la escuela primaria y montaba en un burrito negro que mi padre me había regalado cuando tenia seis años. Ese burrito era mi compañero.Me lo ensillaban en la casa y cuando yo salía de la escuela paseaba por el pueblo, como hacen hoy en día los muchachos con sus bicicletas o sus motos. Para mi, el burrito era esa bella bicicleta o esa bella moto. La noticia del viaje a Italia no me dejó dormir y oí que en Canoabo, ese pueblo rodeado de montaña, de cacaotales, de cafetales, de camburales, donde viven las serpientes, donde viven leones y dantas, animales maravillosos, oí, digo, las campanas del pueblo al amanecer. Nos alejábamos de Canoabo; mi madre iba montada en una mula con sus paraguas de siempre, mi padre en un gran caballo y mis hermanas y yo en nuestro burritos negros. Mi hermano Chepino, quien estaba recién operado, venia acostado dentro de una hamaca llevada por dos hombres.
Pasamos todo el día lluvioso. Al atardecer llegamos a Urama, y ese día ví por primera vez en mi vida, a los diez años, el automóvil y la carretera. Mi padre había alquilado dos automóviles. Nos montamos en ellos. Mi padre me llevaba a su lado. A Chepino lo llevaba mi madre en sus brazos. El automóvil pasó por el Palito. Allí vi el mar por primera vez. Sobre el mar habían unas barquitas de pescadores. Hacia Puerto Cabello ví un ferrocarril pequeño. también por primera vez. Puerto Cabello me pareció una ciudad más bella que Roma, más bella que París, más bella que Londres, más bella que Nueva York. Mi padre nos llevó al hotel Universal, y al llegar ahí subí las escaleras, fui a la azotea. Desde la azotea ví una ranchería donde los arrieros de mulas, de burros, traían de los pueblos cercanos sacos de café. sacos de cacao, y al mismo tiempo cargaban a las mulas y burros con mercancías que vendían esas grandes casas alemanas como Blohm y Boulton, telas, comestibles que enriquecían y llenaban las pulperías y los negocios de esos pequeños pueblos.
Al anochecer, mi padre me tomó de la mano, me llevó a visitar una familia de apellido Palermo que tenían un bar en Puerto Cabello. El se sentó a hablar con su amigo, y yo ví en un rincón del negocio una vitrina con una copa de chocolatines, eran chocolatines italianos, Palermo me llenó un bolsillo de chocolatines. Después mi padre me tomó de la mano, me llevó a los muelles. Estaba un barco allí que se llamaba el Venezuela, y resulta que como estaba iluminado el barco me pareció mucho más grande y mucho más bello que el propio Puerto Cabello.
Al día siguiente salimos de Puerto Cabello, pasamos por Trinidad, por las Islas Canarías. En las Islas Canarias vi por primera vez los cerezos que vendían en una barquita. En Barcelona ví volar un zepelin. El destino era Italia, íbamos en un barco escorado. Para mí fue un descubrimiento extraordinario, me creó un sentido de la soledad, del océano. Recuerdo que en la proa del barco habían unos mecates enrollados, yo me sentaba allí, veía el océano, y me iban apareciendo una islas con el sol de las tardes doradas. Eran las Islas Canarias. Después las costas de España. Todo me parecía dorado- Llegamos a Génova y atravesamos Italia. hasta la provincia de Salerno. Ahí comienza mi poesía: Comienza desde la selva de Canoabo, donde debajo de mi cama dormían ranas, y pasa por todos esos lugares extraordinarios como si uno estuviera volando cometas, cometas de trenes, de barcos, de ciudades, de hoteles, de luces, de música de barco. Creo que esta es una manera maravillosa de confesar su propia infancia, y la manera de cómo se ve el mundo. La poesía se inicia cuando uno comienza a ver el mundo. Pero el mundo lo había visto mucho antes. Yo empecé a ver el mundo la noche que lloré en mi cuna. Cuando estaba niño soñaba mucho. Mis tíos, que vivían en Italia, me traían libros de regalo. Estaban llenos de dibujos muy bellos, de cuentos preciosos. Me los leía mi madre y me enseñaba italiano. Eran cuentos hermosos de Pinocho, de castillos, de muchachos que viajaban por el mundo. Cuando uno comienza a tener esa visión, con esa imaginación viajera que le producen a uno mucho los padres y los parientes, uno al fin y al cabo termina siendo un viajero. Se es un viajero. Un viajero de la vida y de la muerte.
A mí la muerte me preocupa horriblemente. Yo me someto a ciertos sentimientos religiosos, en los cuales no creí mucho cuando joven, cuando muchacho. Hoy día creo que tengo que someterme a ellos, porque de lo contrarío estaría perdido en la nada.. aunque yo soy un existencialista a la manera kierkegaardiana, en un nada mística. Yo pertenezco casi a una nada mística que me preocupa y me mortifica inmensamente en la imagen de la muerte. Además yo no quiero sufrir, no quiero sufrir mi propia muerte, ni la muerte de los demás. Creo que la muerte es totalmente negativa para uno que está vivo. En "Mi Padre el Inmigrante" que comienza: Venimos de la noche y hacia la noche vamos, la muerte es total, es una muerte que comienza en la muerte y termina en la muerte. Comienza en la oscuridad y termina en la oscuridad. La muerte es simplemente un milagro, o simplemente un ciclo, que se cumple como una metamorfosis de la vida hacia la muerte, entonces lo conduce a la nada. Hay que filosofar un poco. La nada, la muerte es la nada. Puede ser que tenga una vida superior, o esté más allá donde está el Padre Eterno para que nos ayude en esta tremenda angustia en que nosotros, los seres humanos, vivimos.