Cuentos, Artículos y Ensayos

Los libros y la Naturaleza

LA VIDA DE LOS TERMES

Por VICENTE GERBASI

(Especia1 para "El Nacional")

    Después de un largo, monótono y agobiante verano, han vuelto nuestras abundantes lluvias equinocciales, que, como por arte de magia, hacen reverdecer en pocas horas llanuras, valles y territorios montuosos que con el sol veraniego, habían tomado el aspecto de inhóspitos eriales. Con este motivo, es oportuno hablar de los termes o comejenes que por esta época del año abren las puertas de sus negruzcas ciudades para dar libertad a los innumerables machos y hembras alados que darán nacimiento a una nueva pareja real.

     En mi aldea, Canoabo, escondida en la región montañosa del occidente carabobeño, llamamos manuelicos a estos insectos que con las primeras lluvias salen a empañar los cielos vespertinos.

     Maurice Maeterlinck, en su libro "La Vida de los Termes", nos refiere que, con los primeros aguaceros, los temibles soldados que vigilan los muros de la comejenera permiten abrir puertas para qué los jóvenes alados salgan en vuelo nupcial. Verdaderas legiones se lanzan a los aires, y cuando el compacto desfile ha terminado, los vigilantes vuelven a cerrar la ciudadela hasta el próximo invierno.

     Pero este paseo anual tan anhelado por los jóvenes constituye su propia muerte, porque los comejenes no son aptos para defenderse al aire libre. donde los acechan los más terribles peligros y los más implacables enemigos, como lo son las aves y especialmente las hormigas. Afuera perecen todos y muy difícilmente nace la pareja real encargada de organizar una nueva termitera.

     El comején sólo puede vivir en la sombra absoluta de sus fortalezas, en sus enredados laberintos, donde ha logrado dar forma a una de los más sorprendentes civilizaciones.

     Según Maeterlinck, 1os entomólogos, tomando en cuenta los estudios de los geólogos, calculaban que la civilización de los termes comenzó cien millones de años antes que la aparición del hombre.

     La sociedad de los termes es la más organizada, compleja e interesante que se conoce. Aunque es un insecto indefenso, ha podido crearse tremendas armas con las cuales es capaz de derrotar a su más enconado enemigo, como lo es la hormiga, y llevar a cabo ingeniosos inventos que dejan estupefacto al mismo hombre, contra quien no ha podido todavía descubrir armas efectivas.

     Existen de mil doscientas a mil quinientas especies de termitas. Algunos viven en los troncos de los árboles, otros se refugian, con el más tremendo designio de destrucción, en la casa del hombre, y la mayor parte vive y trabaja afanosamente de noche y de día en enormes palacios subterráneos que a veces sobresalen de la superficie hasta una altura de seis metros, como ocurre en Australia y en el Congo Belga, patrias predilectas de 1os comejenes más desarrollados y poderoso.

     Una comejenera de cuatro metros, comparada en escala humana, equivaldría a un edificio de unos setecientos metros de altura, es decir, cinco veces más alto que la Cúpula de San Pedro en Roma, que constituye uno de los monumentos más imponentes del mundo.

     Los termes fabrican sus ciudades con madera masticada que llega a ser más dura que el cemento. Muchos entomólogos han estudiado minuciosamente la arquitectura, distribución y funcionamiento de estas gigantescas obras realizadas por tan diminutos y diligentes insectos. Toda la construcción está cruzada por numerosos pasajes que van al centro de la ciudad. A unos 15 o 30 centímetros de la base se encuentra una cúpula enorme perforada por millares de pequeñas aberturas que sirven para mantener una ventilación y temperatura adecuadas. Bajo esta cúpula viven millones de larvas y ninfas, y muy cerca de éstas, los obreros van formando pequeñas pirámides de huevos que pone la reina en otro departamento. Todas las cámaras, galerías y salones son abovedados y por ellos circulan permanentemente corrientes de aire frío y caliente, según las necesidades. Un poco más abajo está el departamento de la reina. Así como los obreros, los soldados y policías no pueden salir de la ciudad, asimismo la reina no puede salir jamás de su cámara, donde es esmeradamente cuidada por un gran número de obreros y soldados. La reina no puede salir de su cámara porque es demasiado gorda, pesada, inútil. Su tamaño es unas treinta veces mayor que el de un obrero. Esta monstruosa señora está siempre en compañía del rey, quien, como élla, es cuidado y alimentado por sus vasallos. La reina no trabaja ni se mueve, pero pone un huevo por segundo, mientras los solícitos obreros los recogen con gran cuidado y los transportan al departamento que les es destinado. Por grandes caminos se baja al subsuelo, donde se encuentran vastas salas sostenidas por pilares. Aquí también se aglomeran las larvas y las ninfas en diferentes grados de su evolución. En estas zonas están los amplios almacenes de provisiones, compuestas por maderas masticadas y trozos de hierba. En muchas comejeneras, los pisos superiores se destinan al cultivo de hongos, con los cuales se alimentan alguna especies. Cuando el invisible y misterioso gobierno de la comejenera considera que hay muchas ninfas, las encierra en departamentos especiales y les corta las patas para que, no pudiéndose mover, se mantengan gordas y pueden servir de alimento en caso de necesidad.

     Una comejenera está compuesta de tres castas: la de los trabajadores, la de los soldados y la de los reproductores. Hay dos clases de obreros: los grandes, que tienen mandíbulas potentes y que salen por caminos cubiertos en busca de provisiones, y los pequeños que se quedan en la ciudad para alimentar a la pareja real, a las larvas y ninfas, a los soldados, para mantener el aseo y realizar todo el trabajo relativo a los almacenes. Los soldados, como los obreros, son machos y hembras, pero con el sexo atrofiado.

     No se sabe con que sorprendente procedimiento hacen salir de los huevos el número necesario de trabajadores y soldados. Estos últimos son verdaderos monstruos con la cabeza acorazada y con mandíbulas cortantes más grandes que el cuerpo. Como sus tenazas, que son tan duras como el acero, son muy pesadas y embarazosas, los soldados son alimentados por los trabajadores. La casta de los soldados, como la de los obreros está formada por grandes y pequeños. Estos últimos constituyen una especie de policía que vigila constantemente la comejenera. Hay un tipo de terme cuyos soldados no poseen mandíbulas sino un formidable aparato en forma de pera para inyecciones, con el cual lanza contra el enemigo —que en la mayoría de los casos es la hormiga— un líquido viscoso que lo paraliza.

     Casi todos estos inventos los ha hecho el comején para defenderse de la hormiga, insecto que vino a aparecer hace unos dos o tres millones de años.

     Pero no todos los inventos de los termes tienen fines bélicos. La mayoría de ellos tienen una magnífica y práctica finalidad social. Se sabe, por ejemplo.. que ellos llevan en su cabeza un radio-receptor y un radio-transmisor que les permite mayor celeridad y rendimiento en el trabajo; que segregan ácidos para perforar metales y así acortar sus vías de comunicación; que elaboran alimentos sintéticos; que endurecen cada vez más la pasta con que construyen sus fortalezas. Estas y muchas cosas más ha podido observar el hombre en una comejenera, pero es muy posible que todavía le falte investigar otros aspectos mucho mas importantes en la vida de estos pequeñísimos seres. Algunos entomólogos llegan a creer que el comején posee un lenguaje articulado. De lo que sí hay certeza es que es que en caso de guerra emiten ciertos sonidos que son obedecidos inmediatamente en toda la comejenera.

     De este bello libro de Maeterlinck se desprende una bella lección para el hombre .