Allá por el año 1932, un grupo de amigos comenzamos a visitar todos los sábados el estudio del pintor Francisco Narváez que estaba ubicado en una simpática casita de Catia. Como muy pocos de nosotros teníamos automóvil, muchos nos íbamos en tranvía o a pie. Entre las personas que asistían recuerdo a las pintoras Brandt, a la escritora Pomponet Planchard, a las hermanas Arocha, a Mariano Medina Febres (Medo), a Carlos Eduardo Frías, a Alfredo Boulton, a Carlos Augusto León, a Otto De Sola, a Manuel Antonio Salvatierra (MAS), a los hermanos Henríquez, a Guillermo Meneses, a Julián Padrón. Aquellas reuniones eran un verdadero conciliábulo de artistas, pero al mismo tiempo un poco conspiración contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y un poco fiesta juvenil. Como Francisco Narváez acababa de regresar de París, donde había estado perfeccionando sus estudios plásticos, en su taller siempre se oía música francés, cosa que avivaba en todos nosotros nuestra nostalgia por París, ciudad que aún no habíamos conocido. Recuerdo que una vez hicimos una fiesta de carnaval. Carlos Augusto León, con una larga falda floreada y una peluca con cabellos trenzados, estuvo haciendo todo el tiempo el papel de gitana que leía las cartas a los demás disfraces. En estas ocasiones Alfredo Boulton nos llevaba algunas botellas espirituosas que le ponían fuego y melancolía a nuestra nostalgia por París. Francisco Narváez, nuestro querido y admirado Francisco Narváez, era y sigue siendo un gran artista. Vicente Gerbasi |