No quiero explicarme por qué mis ojos pueden ver este castillo cubierto de hiedras de verde muy oscuro y solitario bajo los astros de los búhos, ni por qué mis ojos pueden detenerse a ver caer la nieve durante tanto tiempo, hasta que arropa todos los muertos y los deja allí con sus vestiduras de diferentes colores en el hielo. Mi padre fue enterrado en el trópico, en Canoabo, y sus ojos, por tanto, no se helaron, pero sí, tal vez, tuvieron que ver con otras cosas muy distintas al frío, sin duda, con culebras que perforan la tierra y silban a orilla de los muertos como a la margen de un lago de juncales remotos y relámpagos. Hay diferentes maneras de estar muerto, aún estando vivo en medio de los planetas, con nuestra cara semejante a la tierra fotografiada desde Géminis 13, viendo nuestros propios ojos rodeados de huesos, un poco más arriba de los dientes; ensimismados en los ojos de los pescados que nos miran en las pescaderías iluminadas. Hay muchas maneras de estar muerto y siempre nos es dado tomar nuestro cráneo y ponerlo a reposar al borde de la tumba o llevarlo al gran salón de baile, como tal vez lo hizo Hamlet, mientras Ofelia se ponía un velo de luna nevada, ay, de luna nevada entre los abedules. |