Mi padre, el inmigrante, poema en XXX cantos, publicado
por primera vez en 1945, es una de las obras fundamentales
de la poesía venezolana.. Tiene una importancia igual si no
mayor que la Silva a la agricultura de don Andrés Bello y la
Silva criolla de Lazo Martí. Son tres poemas largos, de
estructuras profundamente similares, de sostenido aliento,
de noble inspiración, en los que palpita y entrega su imagen
la tierra venezolana.
Si alguien pudiera dudar de mi afirmación; sólo le pediría que dejara correr el tiempo. Tengo la convicción de que
la obra calificadora de los anos será cada vez más favorable
al poema de Vicente Gerbasi, cuyo idioma, cuya virtud estilística, cuyas imágenes audaces, cuya dialéctica lírica y
poética se adelantan a la sensibilidad media del lector venezolano para imponerle un esfuerzo de afinamiento. En este
poema culmina y alcanza su más alta expresión la tentativa
poética renovadora del Grupo Viernes, al cual perteneciera
Gerbasi. Pero Mi padre, el inmigrante rebasa esa experien-
cia de escuela para situarse en una zona que me atravería a
calificar de clasici!mo venezolano. La gran línea de inspiración ruralista, agraria, con intuición de símbolos y revelación del espíritu del paisaje, con descripción de naturaleza y
acercamiento al mensaje de la tierra, actitud, si romántica,
también creadora como ninguna otra, se cumple en los tres
poemas que he querido reunir en esta nota. Silva a la agricultura de don Andrés Bello, con lenguaje clásico y severa
métrica, se limita a describir nuestra flora, a dibujar sus
productos diversos. Es obra de intención didáctica y moralizadora. No pasa del plano rigurosamente objetivo,
descriptivo. En Lazo Martí encontramos un primer intento
de subjetividad, de interiorización del paisaje. Su llano es
llano por fuera y llano por dentro. La Cruz del Sur brilla
como un simbolo sagrado. Hay mayor creación poética en
Lazo Marti que en Bello. En Mi padre, el inmigrante, el
paisajé, la naturaleza, sin dejar de ser objetivos, se reflejan
con mágicos destellos en el alma del poeta. No es solamente
descripción; es vivencia, experiencia, rito individual. El
paisaje está como pegado al hombre, lo envuelve por todas
partes. Hombre y paisaje crean la unidad de un universo
naciente. El padre, el inmigrante italiano que llega a estas
tierras empujado por la resaca de Europa, deseoso de fundar nueva vida en un Nuevo Mundo, no se limita a mirar
nuestro paisaje: lo vive, lo integra a si mismo en acto ritual
de creación. Esa historia de dimensiones interiores, animicas, y de perspectivas complejas, subjetivas y objetivas al
par, es lo que nos cuenta el poema.
Vicente Gerbasi, hijo de italiano, ha escrito un poemario
que, como muy pocos, ahonda en lo que pudiéramos llamar
el alma de nuestro paisaje. Si a esa vigencia de noble y profundo venezolanismo se añden los méritos literarios y estilisticos que adornan esta obra, sus proyecciones hacia planos filosóficos, metafisicos y ontológicos, de trascendencia
universal, podemos afirmar, como lo hemos dicho, que nos
encontramos ante uno de los momentos culminantes de las
letras contemporáneas de Venezuela.
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