En el ruido que hiere a la ciudad sólo oigo una voz que me ama y de las campanas veo volar aves hacia bosques lejanos, como si fuera yo un caminante hacia Iglesias aldeanas bajo guirnaldas vagando en altas primaveras. Nadie llora en la luz junto a las flores, pero junto a mi pasa como sombra delgada la tristeza del mundo, sobre los horizontes, como un invierno huyendo de la tierra. Los días en la tristeza oscurecen de miedo como lo hace el mar bajo la lluvia. Por eso yo os amo, como agua mansa al cielo, como columna al tiempo, y la fuga liviana del aire entre las torres, buscando en fino rumbo las montañas, me acerca a los ciervos como un santo y con ellos juego a orillas de frescos manantiales. El silencio me conduce de la mano a los conventos, y como para una fruta, mi mundo es la sombra de un árbol que duerme Olvido que la tierra, las ciudades, los hombres, inventan lentamente sus huesos de cristal, y los amo a todos, los amo junto a Dios, junto a la espiga tranquila que curva sus designios en el rumbo del dla. ¿Por qué cubrir el mundo de una yedra de llanto? ¿Por qué crucificar los niños sobre cruces de mármol? ¿No habéis visto una mano herida tendida sobre los años como sobre un agua en ondas huyendo? ¡Oh, mi madre, mi amiga, mis hermanos! de rostros doloridos bajo la lluvia, casi árboles solitarios en la montaña bajo madrugadas de frlo. Debiéramos andar con un libro abierto entre las manos, purificando nuestras frentes en las arpas que más allá de las aves se rinden melodiosas. Por eso os amo a todos. y cuando la ciudad me hiere, cuando me veis vagar entre las hierbas cuando entre los ruidos yo encuentro mi silencio ante mí se abre la verja de un jardín lejano de canciones. |
Caracas: Junio de 1939
Nº 5, Diciembre Agosto de 1939, pág. 7
Del árbol del día y de la noche fruto de amargo zumo en tí se desprende el mundo de música extasiado, y en tu adulto reposo plenos de tí los bosques viven en penumbra, ¡oh, silencio, hálito de místicos jardines que Dios Vigila en el tiempo! Torres contemplas de dolientes bronces en tu sufrir de eternas catedrales, y los aires guías por comarcas y montañas en olvido, tañendo las arpas múitiples que los ámbitos elevan para los crucificados y de espíritu sangrante, exhaustos sobre las rocas, de frentes delirantes, coronados de flores y de espinas, en busca del rocío. Hacia mí vienes, yo el pastor de los valles, aldeano de tristeza vespertina, como brisa de fuentes o de árboles distantes dormidos en luz de milagro. Perdido me has dejado como un santo en viejos encinares y de mi corazón has hecho un rumor de follaje Por tí pertenezco a las aguas frescas que buscan los animales, a la voz de la aldea perdida en una lejanía vaga de campanas, a la golondrina volando hacia la memoria de los niños. ¿Quién da esplendor a la tristeza del día en la soledad? ¿Quién desvanece el llanto de las madres insomnes hacia los altares? En tu honda presencia la muerte acaricia las almas y mueve los ramajes, Dios vigilante sueña su arcoiris de estrellas, y todos nos rendimos absortos en tu cósmlco misterio. |
A HUMBERTO DIAZ CASANUEVA. De su morada infinita viene el tiempodespertando primaveras bajo inocentes miradas. (Oh, las primaveras, celestes aventuras que pasan por mi vida, fluyendo hacia una fábula de bosques rendidos al misterio de sus dioses). Es aire fino de los montes su memoria y en su magia, blancas aparecen las aldeas. Las almas hiere y las asciende en su vuelo invisible, al día o a la noche, Como alto viento sobre las ciudades. Cuando mi sombra pasa por la sombra de viejos campanarios, su silencio en mí se esconde haciendo la tristeza, y a los lagos me lleva a narrarme la inquietud insomne y de Dios la eterna reflexión, haciéndome sereno en este dolor que gime como noche desolada sobre el mundo. Todo por él hacia tinieblas sin fondo se va hundiendo y todo vuelve a ser esplendoroso: la redondez del mundo en el espacio, las cumbres, las inocentes aguas y los cantos, los copudos árboles, enseñándome a morir al pie de las estrellas. |
No reposéis bajo las ruinas, en silencio: las madres sollozan. No hagáis crecer pinos en vuestro recuerdo: las novias sollozan. Permaneced vigilantes sobre vuestra muerte: los hijos sollozan. Levantáos en las altas horas de la noche, sin clarines ni tambores de tiniebla: bajo las constelaciones, entre árboles dolientes, el viento solloza. Visitad las ciudades abandonadas, desfallecientes en la atmósfra de humo: sobre los mármoles y el llanto las sombras sollozan. Visitad los parques, los hogares, los bosques: junto a un ciervo demente, de grandes ojos redondos ante la muerte, la infancia solloza. En medio de los viejos campos cubiertos de cruces, tenebrosos en un viento de crepúsculo, como una hermana menor la inocencia solloza. Devolved la vista a los caballos que regresan ciegos; amparad los niños, los ancianos, los que huyen en el aire del sacrificio; alejad la muerte de las armas y la pólvora: en el monumento al soldado desconocido la muerte solloza. Solloza dentro de vosotros. Solloza junto a los que se debaten en la vida. y vendrá el viento de las estrellas; el viento que hojea eternamente el libro de la creación, de las plagas, de los éxodos; el viento de las estaciones, moviendo, ondulando de azul los viejos olivares. Allí estaréis oyendo el vago eco profundo, y la tierra, ardoroso rostro sufriendo en el espacio, estará mirando los signos del misterio que la oprime. y siempre vuestra sombra hablará en las edades. Marchad sobre este mundo de luto. y destruid lo que no debe existir . |