Jueves, 5 de abril de 2007
Vicente Gerbasi, el poeta mayor de Venezuela, nació en 1913 en territorio de nubes, en la bucólica aldea de Canoabo en las montañas de Carabobo. Su padre (el inmigrante) cruzó tres veces el Atlántico, una para dejar su nativo Vibonati, en el sur de Italia, y dos (ida y vuelta) para casarse y traer a su joven esposa a Canoabo. Adolescente, Vicente se fue a estudiar a Florencia. Conoció y palpó los territorios del Dante y se graduó, literalmente, de Doctor en Poesía. La muerte de su padre (el inmigrante) y la ruina de la agricultura lo obligaron a regresar a tierras calientes y afrontar una vida dura que no pudo quitarle ni la bondad ni la sonrisa. Luchó a brazo partido por la Democracia, fue diplomático, y al caer Rómulo Gallegos se convirtió en exiliado en su propia tierra. Pero la Democracia volvió, y Vicente fue de nuevo diplomático. En Chile los poetas lo recibieron con marchas triunfales (Pablo Neruda le organizó un homenaje con ninfas que recitaban “Mi padre el inmigrante” y lanzaban al aire y al piso pétalos de rosas), luego fue embajador en Israel, en Dinamarca y en Polonia, y finalmente dirigió la Revista Nacional de Cultura, hasta el día en que viajó al cielo a reunirse con sus amigos muertos, en 1992. Yo lo conocí en 1956, gracias a mi fraternal amistad con Beatriz, su hija (y con Fernando y Gonzalo, sus hijos). Pero realmente me hice su amigo en 1968, cuando fui como Primer Secretario a Copenhague, donde Vicente era embajador. Allí me alentó a concretar mi obra literaria y aprendí a admirar no sólo su poesía, sino su condición humana. Mis hijos lo recuerdan como un amabilísimo amigo que los recibía en su casa, o iba a la nuestra con su sonrisa y sus gestos de mago, de mago de la palabra. Chile, que lo recibió con amor, logró dos Premios Nobél, para dos poetas del mismo nivel de Vicente Gerbasi, que también lo merecía. ¿Qué pasa con la pobre Venezuela, que ni siquiera es capaz de amar a sus hijos mejores?
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