Rafael Arráiz Lucca nos acerca a "Un día muy distante" el más
reciente título de Vicente Gerbasi, el poeta de Canoabo. Insiste en la limpieza
de su mirada primigenia y en la ingenuidad liberadora que respiran sus textos.
Y no podía pasar por alto la deficiente calidad de la edición que puso en
circulación Monte Avila
Hace tres años en un restaurant de Las Mercedes, Vicente Gerbasi nos dijo
que en un comienzo quiso ser dibujante. Para demostrarlo pidió un papel y el
cenicero de Francisco Pérez Perdomo que estaba a su lado. Mojó sus dedos en
vino y los embadurnó con cenizas. Miró fijamente a los ojos de Mario Abreu y
con gran rapidez hizo un retrató
Ahora, cuando concluyo la lectura de Un día muy distante, recuerdo
con nitidez la escena anterior. Si algo cobra gran presencia en este reciente
poemario de Gerbasi es su carácter paisajista. Pero no se trata de paisajes
exuberantes como en muchos de sus libros anteriores, por el contrario, estamos
ante unos trazos más cercanos a la austeridad del dibujo que al lujo de la
pintura. No sólo la brevedad de los textos sino la manifiesta intención del
autor de intervenir poco parecen demonstrar que tenemos entre manos un
propósito de claridad absoluta por parte del poeta. Sin embargo, la transparencia
de estos textos en nada desdice e la permanente situación del autor de Vigilia
del Náufrago en el mundo. La mirada de asombro ante la mecánica del cosmos
persiste:
El trazo delgado —económico y luminoso— habita el espacio al servicio te tan
instante. Puede ser gesto, súbita iluminación o puede recorrer un trayecto
acompañando un relato, como en el hermoso texto. Aquí,
el niño Gerbasi, sobre rieles desde Florencia hacia el sur, hace un viaje de
múltiples resonancias. No solo va mirando por la ventana y describiendo plásticamente
lo que sus ojos ven sino que ahora (en la memoria) ha crecido un paisaje
espiritual íntimamente ligado al geográfico. El paisaje del poema es hijo de la
transmutación que los años y la experiencia del poeta han producido sobre el
escenario de La Toscana. Este es un ejemplo de cómo es posible hacer convivir a
los datos del mundo exterior con la fina y compleja red del espacio interior,
sin que se estorben mutuamente.
La recreación poética de una anécdota es una de las operaciones líricas más
frecuentes del poemario, junto a la muy conocida destreza de Gerbasi para
definir de nuevo las cosas: "La fiebre es una lámpara de cristal/colgada
del cielo", "El sabor del chocolate/es una oscuridad espesa",
"La luna en el cielo de pequeñas nubes/ es una hoja seca /al viento",
"La mano de mi mujer/en la frente /es la brisa/ que riza el agua de un
recodo del río". El autor, olvidando el desprestigio que ha sufrido la
anécdota —como motivo— en los últimos años, se acerca al pasado sin prescindir
de los datos (geográficos, cromáticos, históricos, etc.) que este almacena. La
poesía de Gerbasi siempre ha surgido de los sentidos; nace de la agudeza de
mirar, oler, saborear el entorno (Canoabo, Florencia). Esta particularidad (en
nuestro poeta, una virtud) ha recibido la compañía de algo realmente admirable
en su obra. Me refiero al buen diseño, a la ceñida arquitectura de su poesía.
Quien lea atentamente Mi Padre, el inmigrante comprenderá que su sólida
estructura es consecuencia de un trabajo arduo para lograr el equilibrio, la
extensión, la armonía. Hay como una gozosa paciencia de escultor en la tarea
que lleva hasta el cuerpo de sus piezas, por ello nada sobra, nada se deja
suelto, sin correspondencia, sin objeto. El dominio del creador sobre sus
materiales es patente a lo largo de todo el viaje de Vicente Gerbasi. En Un
día muy distante la disposición evocadora, la nostalgia, en nada hacen
descuidar al autor la rica facultad constructora que no se permite ni un
dintel, ni un zócalo y, mucho menos, un "sótano del cielo", sin una
factura totalizante. El deslumbrado poeta de Canoabo, sin reponerse nunca del
asombro ante el misterio del cosmos, siempre ha estado buscando descifrar las
trampas de un orden. Difícilmente podría organizar un mundo (escribir un poeta)
y no hacerlo a imagen y semejanza de las mejores creaciones de la naturaleza:
"La aurora encanta al encender praderas, la arboleda de Adán en la
memoria"
Mucho se ha escrito sobre la obra de este constante poeta venezolano. Por
lo general, la crítica destaca la magia de su lenguaje, el poder verbal de su
escritura y el hecho de ser su poesía un momento fundamental, un resumen, de lo
que la venezolanidad sensible ha vivido en este siglo. Los Espacios Cálidos
y Mi Padre, el Inmigrante son, simplemente, dos clásicos de la poesía
venezolana. Por estos antecedentes quizás es que los comentarios sobre los dos
últimos poemarios de Gerbasi (Edades Perdidas y Los Colores Ocultos) no
han abundado. La crítica no ha acompañado suficientemente uno de los mayores
logros del poeta: la limpieza de su mirada primigenia, la ingenuidad (en el
sentido de primera observación del mundo, de libertad) que logra en los tres
libros publicados en esta década. Sin desmerecer la hipnosis verbal que produce
su obra anterior, en lo personal, estos dibujos del constructor de Canoabo me
dejan absorto.
Por todo lo anterior y por más es que juzgo inapropiada la edición que se
ha hecho de Un día muy distante. Sin restarle méritos a las
ilustraciones en sí mismas, la verdad es que no han debido acompañar a los
poemas. Los dibujos imaginarios del poeta no requieren de precisiones
adicionales. A un texto titulado "Aurora" ¿por qué se le ilustra con
un sol saliente en el horizonte y un gallo? ¿Realmente, los editores juzgaron
necesario entregarle al lector la representación gráfica de los escenarios que
el poeta logra con la sola palabra? RAFAEL ARRAIZ LUCCA |