No es casual que entre los asiduos visitantes del gran pintor retirado en el litoral al norte de Caracas se contara Gerbasi, pues aparte de las afinidades que podamos reconocer entre ambos artistas, es sabido que en su mocedad había incursionado en las artes plásticas. Como Frenhofer, el terrible personaje balzaciano, Reverón asumía la búsqueda del absoluto en su pintura y particularmente en la representación plástica de nuestra luz. A Frenhofer se le podrían haber atribuido estas palabras de Reverón: «La pintura es la verdad; pero la luz ciega, enloquece, atormenta, porque uno no puede ver la luz». No es raro tampoco que Gerbasi lo haya encontrado aquella vez medio desnudo pues le estorbaba la ropa para pintar. Rara sí es, en cambio la frase que al momento de recibir el libro le dice acerca de la poesía como poseedora de las llaves. Si queremos leer tales palabras del modo que resulten más fieles a quien las pronunció, convendremos en que las llaves a que el pintor se refiere no pueden ser otras que las de la luz. El libro que le había llevado de regalo el poeta aquella tarde trata por cierto de la luz tropical, y más exactamente del espacio donde reina esa luz cuya fijeza recupera Gerbasi en su obra desde una perspectiva a la vez personal y mítica. Reverón y Gerbasi, los dos amigos que en aquel momento se reúnen frente al mar de Macuto, son dos nombres fundamentales de la expresión artística del trópico venezolano. Por lo demás, las nociones que de la naturaleza tropical poseen ambos artistas muestran por momentos signos coincidentes. El pintor afirma que «los colores no existen en el trópico debido a que la luz los ha desvalorizado», una observación que explica la enceguecida angustia que lo lleva a pintar a base de blanco. El poeta por su parte dirá que «el trópico es más favorable a lo demoníaco que a lo angélico». Podríamos proponer, como una licencia de nuestra lectura, la fusión en una sola de las dos ideas y admitir con ambos artistas que en el trópico la parte angélica del color desaparece disuelta por un esfumino demoníaco Los espacios cálidos, el poemario entonces recién impreso, había sido escrito, para decirlo con los versos del autor: «a los treinta y siete años de mi cráneo / leídos en la raya de la mano». Es pues un libro que, además del mérito literario que le reconozcamos, se halla relacionado con toda la crucial significación de la media vida. La estremecedora edad del mezzo camin, cuya proyección psicológica supo destacar hondamente Carl G. Jung, se sitúa, como se sabe, al promediar nuestra cuarta década vital. Reviste la importancia de un segundo nacimiento por lo que implica de aceptación y de renuncia. En el plano simbólico está representada por la decisión del Caballero de desposar a la Virgen, que es la tierra. Parece no pasar por cada hombre sin instarlo a una profunda indagación de lo que es y de lo que en verdad puede llegar a ser. Reordena el sentido de las ilusiones juveniles, tiene en cuenta la muerte y procura fundamentar una nueva armonía. No resulta extraño, por ende, que durante la crisis que tal edad trae consigo llamemos a la puerta de la infancia pues se trata de emprender una nueva partida. En el presente caso el mismo poeta lo subraya de nuevo en otro verso allí reproducido: «entre otros títulos, Mi padre, el inmigrante en 1945, un poema extenso y ambicioso cuyos elementos van a prolongarse y acendrarse en el libro que nos ocupa».. En Los espacios cálidos parte Gerbasi de una visión encantada de Canoabo, su pueblo natal, una apartada aldea del centro-occidente venezolano donde se radicaron sus padres venidos de Italia a comienzos de siglo. Valiéndose de referencias muy cercanas a su ambiente ya su propia biografía, gracias al don poético consigue convertir tales referencias en datos sentimentales genéricos donde el hombre venezolano puede reconocerse. El mismo título de la obra, aparte de ser un referente del primer mundo conocido por el autor, su ámbito inicial, se ha convertido sin proponérselo en otro cognomento afectivo de la geografía de nuestro país, al igual que esta tierra de gracia o tierra firme..
El libro posee la unidad de un sensible inventario de los seres, animales y cosas que acompañaron la vida del poeta durante sus primeros
días. Las imágenes de la flora y la fauna se acumulan bajo el perma-
nente asombro de la mirada, modelando a lo largo de sus páginas el
dibujo de una infancia silvestre:
El tono, como puede advertirse, propende con intimidad al rasgo coloquial, el más apto para reproducir las voces interiorizadas del tiempo de la niñez. Es también el más cercano al habla natural de los labriegos que cada noche, «en círculo I oyen el cuento antiguo de los astros».. Con frecuencia, al releer la poesía de Gerbasi o al asociar en mis divagaciones algún fragmento de su obra, ésta se me representa como una combinación de magia e inocencia. Magia o arte secreta capaz de comunicar a nuestras palabras de todos los días cierta vibración distinta, más grata a la memoria. y junto a esa magia la inocencia, que nos lo representa como el guardabosque de su aldea mítica, siempre bajo una luz atemporal y estática. Puede decirse que para él, como para Ungaretti, «la poesía es una sed de inocencia insaciada». La magia a que me refiero tiene el suficiente medio de convicción para trasmitirnos «el documento de los sentidos», las formas encantadas de la imaginación, pero asimismo pone de manifiesto en sus hallazgos una innegable autonomía poética para referir la vida del hombre en el trópico latinoamericano.. Como recreación lírica del tiempo mágico de la infancia, el libro de Gerbasi puede en cierto modo asimilarse al recuento ya francamente autobiográfico de Mariano Picón-Salas, Viaje al amanecer, publicado algunos años antes. Aunque el paisaje evocado por el gran ensayista sea el de nuestra altiplanicie andina y no se trate en su caso de un poemario sino de un libro de memorias compuesto mediante una serie de viñetas sentimentales, los ritmos agrarios del trópico americano y las presencias míticas encuentran una innegable correspondencia en ambas obras. «Todavía cuando yo era niño escribe Picón-Salas en Pequeña confesión a la sordina, un texto coetáneo de Los espacios cálidos en mi pequeña ciudad montañesa conocí chalanes y yerbateros y gentes que hicieron la guerra civil a pie, y parecían llevar en las plantas la orografía de los caminos, el olor de las yerbas pisadas, toda una fresca y personalísima ciencia popular de leyendas, refranes y canciones». No fue distinto el ambiente que en su apartado pueblo pudo conocer Gerbasi durante su niñez ni segura- mente tampoco el que conoció Armando Reverón.. Libro creado durante el estremecimiento de media vida, Los espacios cálidos es un título axial en la bibliografía de Vicente Gerbasi y uno de los poemarios más logrados que se publicaron en nuestro idioma en la década de los años cincuenta. Las variaciones y depuraciones que más tarde han tenido lugar en la obra del poeta puede decirse que parten de este libro, cuando no retornan deliberadamente sus motivos. En 1955 apareció la traducción francesa de Claude Couffon en las ediciones bilingües de Pierre Seghers. Más reciente es la versión al portugués debida a Cleto de Assis y presentada por Sergio Faraco que se publicó en Brasil en 1988..
«Aquí estoy a los treinta y siete años de mi cráneo, / en una luz
solitaria de animales domésticos, / a la puerta de mi casa abandonada». Leemos estas palabras en un poema significativamente titulado
«Regreso a la aldea». Para situarse ante el mundo, para identificarse como se ve, parte el poeta de la solitaria luz del trópico, «la luz láctea
del maíz derramado» que se menciona antes en el mismo poema.
«Aquí estoy», se dice a sí; retiro marítimo pronuncia Reverón: «Me
preguntan por qué estoy aquí. y yo respondo: por mis compromisos
con la luz».
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