Vicente
Gerbasi
en su
Canoabo
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CANOABO es una palabra morada olorosa a cacao
un camino de café lanzado hacia el sol,
una postal azul de remotas y dóciles montañas,
una estación para tu poesía y tu sangre
desde donde contemplas los días
arrebatados por el viento del mundo
y las noches profundas de venados y estrellas.
Te veo a la orilla del camino real
entre lentos y vistosos pavorreales
y dorados frutos de la tierra,
escribiendo la historia de la aldea
donde tus huesos se forjaron entre la cal y el sueño.
Te miro allí, junto al río de la tarde violeta
con tu resplandor de mago nocturno,
tu perfil de poeta iracundo y telúrico,
el patio de la hacienda perdida entre la niebla
y el misterio,
la huella vegetal de tu padre, sembrador y andariego,
el paso de la vida entre los caminos rojos del atardecer,
la señal del rel.ámpago
caído de tus manos como un escarabajo centelleante.
Estás allí, hundido entre las verdes hojas de la lluvia
descrifrando los enigmas del ser y de la muerte,
la historia cotidiana de tu clan familiar
el vértigo del verano iluminado
por los animales domésticos que pueblan tu memoria
mientras buscas. las puertas olvidadas,
el cuarto clausurado de la vieja casa de la infancia
donde conviven tus "muertos ancestrales",
asomados a la ventana reluciente del tiempo.
Estás ahí, en tu centro solar,
inventando arcoiris, conejos, leyendas y bambúes,
escribiendo el acta de tu nacimiento,
buscando las ropas antiguas de la infancia
y "las blancas gallinas" que arden en el medio día de Canoabo
mientras tu pueblo circunda, te ata, te construye,
te penetra, te conjuga, te disuelve,
melodioso campesino del tiempo y de la poesía,
nacido por siempre y para siempre en Canoabo
"como un rey descalzo" y orgulloso
entre un asombroso de malangas y tigres.
Canoabo es una luz morada en tus ojos,
una verde plenitud geográfica entre tu pulso,
una fiel y oscura resonancia en tu corazón.
Allí arde tu poesía como una inmensa lámpara
encendida por la edad del hombre y su esperanza.
Pedro Francisco Lizardo
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