Artículos y ensayos sobre Vicente Gerbasi




CON VICENTE GERBASI
Fernando Paz Castillo



OESIA ES constancia, amor, sacrificio. Por ello no hay obra de creación, por audaz que ella sea, que no encierre uno como regreso, visible o escondido, hacia el punto inicial de su propio autor.

En efecto, el poeta es en medio a todo cuanto familiarmente lo rodea, como un movible presente, que se desliza, frecuentemente sorprendido' entre un pasado, que nunca lo abandona; y un futuro, que ama, pero que teme adivinar .

Por lo que acertó Baudelaire cuando dijo, tal vez concretando mayor visión de la que suponía — y por ello es tan bello su decir — «Yo tengo más recuerdos que si hubiera vivido mil años».

En el autor de Las flores del malsin duda tiene la frase un marcado reborde de amargura. y no podría ser de otro modo. Su mundo fue de desolación. De un profundo romanticismo propio que caracterizó su humano y, a veces, inhumano existir. Pero, desde luego, el hallazgo poético expresa una verdad, vigente en todos los seres, puesto que el pensamiento del hombre, feliz o desdichado, es una renovada repetición entre la vida y la muerte. Entre lo que perdura de lo que ha des- aparecido, y lo que, día a día, fenece en lo que existe.

Y en uno de los poetas nuestros en quien mejor se advierte este panorama es en Vicente Gerbasi. Quien tuvo en su juventud —y todavía la conserva— fama de distraído. Sin embargo, a través de su obra, fecunda y variada, puede asegurarse que la aparente distracción fue una constante permanencia, o tenaz vigilancia de su mundo interior, pleno de añoranzas.

Nació en una pequeña población montañesa. En una casa muy íntima, pero hijo de inmigrante. La montaña y el mar , desde niño, le crea- ron su paisaje. El cercano insinuante secreto del rincón solariego y el abierto horizonte del mar ...¿ y qué era el mar para él, que nunca lo había visto?.. Sin duda un conjunto de cosas misteriosas, que no conocía, pero que escuchaba casi diariamente en las palabras y en los silencios del padre. y tal vez en los largos, profundos silencios del inmigrante, proyectados hacia otros paisajes, más que en sus frases rutinarias.

Y esta modalidad, tan sugestiva, la revela el poeta desde temprano. Podría decir, en versos muy anteriores a .1943. Pero para ser fiel ala Antología poética publicada por Monte Avila —con un acertado epílogo de Francisco Pérez Perdomo—, y que tengo ante los ojos, comenzaré en esta fecha, el recorrido. Y, desde luego, haré que los versos mismos del autor revelen lo que considero como fresco manantial de su poesía.

Es Gerbasi, por sobre todas las cosas, un fiel enamorado de la noche. La noche en los campos, sobre las cumbres o en los rincones de las montañas; la noche en el Llano, tan vecino a su sensibilidad, la noche en el cielo, en torno a la luna, luminoso barco navegando entre nubes, también viajeras; la noche en el mar, lejano misterio por donde llegó el taciturno inmigrante, que tanto silencio introdujo en su ingenua conciencia. Y, en fin, la noche en su alma sensitiva. Su alma de niño desvelado, como todo niño poeta, que juega, entre miedos y son- risas, con lo que ha quedado del día en su conciencia

..El poema con que se inicia esta selección se titula «Tristeza nocturna» y dice así en su primera estancia:


Haz grande mi tristeza misterio de la noche / Que pase como el viento / por las sombras del campo / coronando los montes / de nieblas solitarias / tañendo en las aldeas / arpas de eternidad.

«Arpas de eternidad», insertado en este ambiente, es un magnífico verso, que sugiere cierto sentido bíblico, el cual con frecuencia asoma en la poesía de Vicente Gerbasi.

Y concluye este canto con la siguiente estrofa, trasladada al ámbito de la noche, como si la sombra fuera altar propicio al sacrificio:


iOh, noche que confundes / la sangre con tu enigma / despierta entre los dioses / al dios de la tristeza, y edifícame en templo, / levántame en tu sombra.

En Gerbasi se siente el fervoroso lector de Novalis. Del persistente poeta de Himnos a la noche

Y del segundo poema de este libro dedicado a la noche, tomo los siguientes versos como una ratificación de lo dicho o sugerido anteriormente:


La noche del milagro espera en nuestras almas, I porque en nosotros duerme la rama del relámpago.


En nuestras almas -por ello somos humanos-, hay siempre una esperanza; una rama de luz, que del seno de su infinita oscuridad ingénita, se prolonga hacia el enigma. y esto es, precisamente lo que constituye la poesía. El afán de divinidad que existe en toda conciencia. Afán incógnito que perdura en la mente más humilde. Afán que el poeta intuye y el filósofo trata de explicar. Yen veces llega a penetrar; mas, ésta es ya una forma, si bien disimulada, de ser poeta.

Ciertamente, una de las cosas a las que no puede renunciar el hombre, a pesar de escuelas que predican lo contrario, es a la poesía. A ese pequeño misterio, que ya anida en la sorpresa, revelada en sonrisa con que mira el niño a la madre, aun antes de hablar.

Y este caminar de Gerbasi, por parecidos terrenos, lo lleva al clásico ámbito de su segundo libro Liras, 1943. y se reencuentra en éste la presencia de San Juan de la Cruz y de Fray Luis de León. Pero sobre todo de la época en que lo escribe, cuando los jóvenes poetas de entonces, fatigados del vanguardismo, sin desconocer sus méritos, buscaron, para afianzar sus pasos, los viejos ritmos de nobles poetas clásicos, según lo muestran poemas de Carlos Augusto León, de Juan Beroes, de Luis Pastori, y de algunos mayores, como Jacinto Fombona Pachano, por ejemplo. y cito estos nombres, sobre todo, por ser en aquella época los más amigos de Gerbasi.

La siguiente estrofa del Canto Ves muy reveladora del pensamiento y estado de ánimo del autor:


¿Por qué voy por la noche / elevando mi sombra a las estrellas, / en un vago derroche / de iluminadas huellas / y secretas y mágicas centellas?


«Iluminadas huellas». Éstas marcan su rumbo, su caminar por sugestivos senderos. Aquí el verso, mejor que la estrofa, es el guía, que marca el camino. Hacia el brillo de las estrellas va, no desde sus ojos, ni desde sus oídos, sino desde el fondo de su alma constante amiga de la noche.

Y asimismo siente desaliento, pero como un místico -un poeta-, que lleno de gozo íntimo escucha las voces, persuasivas, que, por entre la realidad de la vida, lo induce hacia su propia interioridad, por lo que siendo tan antigua la forma es nueva su canción:


Voces. voces nocturnas, / oscuras frente al viento de la aurora / guitarras taciturnas / hundidas en la hora, / seguidme hasta la luz que me devora.


Pero, ya lo he dicho: toda poesía es regreso. El poeta, al ritmo de voces melancólicas, frente a la aurora; y frente a la muerte, otra idea frecuente en él, retorna al pueblo, hacia los que sufren al compás de una guitarra, o de un recuerdo permanente, porque este dolor humilde es sal de su propia existencia.


La tristeza abandona / su penumbra estrellada de violines / y vuelve y se corona / con luz de querubines / en mi sereno valle de jazmines. .


Y aquí conviene anotar, porque ello tiene importancia en la obra de Gerbasi, que es la tristeza la que se corona.

Y luego concluye, como renunciando a la invitación del primer canto de este segundo libro:


Dolor, dolor del mundo, / que has pasado la noche en la pobreza, / de ti en la sombra, inundo / mi inclinada cabeza / y callado me elevo en tu tristeza..


Con esta obra se cierra un período en la poesía de Gerbasi; y con Mi padre, el inmigrante —1945—, uno de sus más bellos poemas, se iniciará otro. y otros cantos, sin menospreciar lo antiguo ni desacatar lo nuevo, irán poblando su camino...







Con este libro —Retumba como un s6tano del cielo— Vicente Gerbasi, después de andar mucho por espacios —reales o imaginarios y hasta metafísicos—, llega a una elaborada sencillez. Lo inicia con la siguiente «Invocación», la cual es muy reveladora de sus propósitos, y que traslado completa por la sincera integridad de su contenido:


¡Dios, / adornado con barba de nubes / en medio de girasoles planetarios, / inventando cometas, / heliotropos en los crepúsculos, / fascinaciones en el nadar de los delfines, / quisiera hacer poesía para ti, Dios !

Te invoco en la noche / y en el viento del mar, / en una oscuridad de relámpagos, / en el infinito de un velero, / y en mi soledad / que muere en las olas / sobre la arena, / entre sus caracoles.

Eres solo, Dios, / en mi conciencia, / y en mí iluminas tus tronos / de tempestad, / velero a velero, / árbol a árbol, / todos ensimismados / en la luz de su cinematografía nocturna.

Y pasa la tempestad / aliento resplandor de la aurora, / dejando limpios colores / a orillas del mar / y en los campos, / con una cruz simple / sobre mi tumba...


El lector, concluido este poema, todavía con el rumor íntimo: misterio —vida, muerte— en las pupilas, sin duda se preguntará, pienso yo, ¿este bello lenguaje es el de un niño asombrado entre recientes emociones o el de un viejo en plenitud de estas sabidurías? ...Pero la respuesta no se hace esperar: De uno y de otro, ¡porque se trata de un poeta!

Como es fácil observar esta obra contiene algo de biografía del autor, a la par que es íntimo resumen de todas la anteriores suyas. y revelador de ello es que en una de sus primeras páginas aparezca el nombre —Canoabo-— de su pueblo nativo. ¡Del pequeño sitio de donde partió hacia su destino!... ¿Una tarde o una mañana?.. No sé, ciertamente, la hora; pero sí he podido descubrir, a través de sus poemas, que acaeció en una soledad acompañada de tantas cosas, que nunca lo han abandonado, como bien puede apreciarse en los versos que abajo inserto; y en los cuales la imaginación, vuelta hacia un pasado inolvidable, teje lo que el sentimiento dicta:


Este es el valle / rodeado de montañas / donde las aves! hacen círculos luminosos. / Cae el atardecer en nubes / que ahondan una mina de oro. / Las casas se reúnen / en un color solitario! gris-oscuro-malva / de un instante lejano / que siempre nos renace / en la memoria.


Feliz el hombre que, a pesar de los años y su vida, conserva fresca i en la memoria, la imagen de su pueblo, y de su infancia, y de su casa, entre iguales colores solitarios, pero que, sin embargo, nunca confunde en su conciencia.

Luego, reafirma el paisaje, que ya se ha formado en la mente del lector, con versos ahora dedicados a su aldea, la cual continúa siendo, en su pensamiento, como su propia casa:


Así mi aldea está rodeada! de plantaciones de cacao.! Montañas verdes ¡ de caminos rojos! y montañas azules más lejanas! esconden mi aldea y sus casas de colores.! En el patio de mi casa altas palmeras ! sonaban sus i anchos abanicos! y los naranjos oscuros! guardaban sus frutos de oro.


En todo esto no deja de haber tristeza. Una tristeza apacible, como tenía que ser por la calidad del paisaje; lo que puede apreciarse en sus propios versos, porque el poeta es fiel a sus recuerdos:


Y así veía morir hormigas, escarabajos, / cabritos que habían nacido en mi casa. / Después veía su piel secarse al sol / durante días que me llevaban a vivir / en un rincón de tristeza.


Recordando parecido ambiente, escribe este pensamiento, hondo y si se quiere resignado: «pero en la infancia la tristeza pasa pronto», lo que inmediatamente confirma, con los siguientes alegres versos del mismo cuarteto:


Y así se elevan cometas a los cielos! y se piensa que el mundo! termina en las cumbres de las montañas.


En esta poesía de Gerbasi, como puede observarse de seguida hay mucho influjo del ha‑kai, o mejor de los poetas orientales, en general. Y no es raro que así sea. Retumba como un sótano del cielo es un libro, sobre todo, de recuerdos —algunos tristes como «Entierro de la madre»—; y en la época de formación del autor, dicha expresión poética tuvo una gran influencia. Fácil es verlo en algunas estrofas que integran poemas suyos. Sirva de ejemplo ésta, tomada del titu- lado «Consagración»:


Seguimos el ritmo / de las mariposas / que cubren de colores el césped.


De las mariposas amarillas, como un mensaje del otoño, róseas, como una presencia de la primavera, azules, inmóviles, como el recuerdo de un sueño, o negras, como supersticiosas y desveladas confidencias de la noche.

En todo esto hace pensar la citada estrofa de Gerbasi, de este último libro suyo, en el que poemas tan pequeños como la «Soy sola», que sigue, dicen tantas cosas:


Escondida en los árboles de la sabana / su música es un azul de cielo / en colinas lejanas. / Ella ahonda mi soledad / en colores sombríos de hojas. / Detiene una hora del día en la tristeza.


La abstracta soledad la convierte, con fino acierto poético, en ofuscados, lentos colores de hojas: y en el poema «Agonía», convierte ésta en una caída de hojas:


No me diferencio de la agonía / porque agonizo en un cangrejo / en una persona, en una estrella.

Porque yo agonizo permanentemente, / ya la agonía tiene en mí un ritmo de silencio, / como una caída de hojas, / como las ráfagas de la brisa,/ que barren un epitafio.


No hay duda. Gerbasi tiende a dar a su emoción —a su sensibilidad—, para hacer más visible el recuerdo —esto es la realidad vista de lejos—, una forma objetiva. y en veces hace pensar en el incomparable, en este aspecto, Jules Renard. Pero, sin embargo, con frecuencia se entrevé como una tendencia surrealista. Ello es una intención de ir, no sobre la realidad, sino más hondo dentro de ella.

Y en uno de sus poemas en donde mejor se ve mucho de lo anterior- I mente dicho es en «Escarabajos», en el cual hay rasgos de humorismo dentro de pintorescos contrastes:


¿Qué decir de los escarabajos / que mueven su universo / de patas y antenas en nuestra mirada? / ¿del escarabajo rojo con puntos verdes? / ¿Del blanco con puntos negros, / del negro con puntos amarillos? / ¿ y del escarabajo grande / tortuga diminuta / que brilla bajo una lámpara de carburoro? / ¿De los que se reúnen en una hoja / de malanga / para un intrincado paseo / de colores tornasolados? / ¿ y de los escarabajos recién nacidos / que agrupados sobre la madre / de color azul y puntos rojos / inician un largo viaje por la India?


Y en el titulado «Ser», uno de los más bellos del libro, por muchos caminos, igualmente recorridos entre poemas y silencios, se asoma al ámbito de Paul Valéry:


Nacemos para ver el comienzo y el fin./Traemos el traje del prestidigitador / con un sombrero de copa, / de donde vuelan palomas blancas / a ras del cementerio marino, / cuyo silencio salobre / está hecho para la eternidad.


Varios son los libros de Gerbasi que merecen los mejores elogios; pero éste tiene el singular encanto de haber sido escrito pensando en Canoabo, que tanto quiere y ha hecho querer, y con sal del Mediterráneo en los labios y en la conciencia.