s indudable, que dentro del proceso lírico de Gerbasi, es Mi Padre, el inmigrante, como el núcleo, si pudiéramos decir, del corpus de su obra poética.
En este poema, largo, pueden detectarse las características fundamentales
de su discurso poético, en el que un acontecimiento que removió lo más íntimo
de su ser, como fue la muerte de su padre, consolidó su mensaje lírico, en una
escritura en la que como diría Barthes "bajo cada palabra yace una suerte de
geología existencial en la que se reúne el contenido total del Sustantivo...".
Dentro de la modernidad de la poesía de Gerbasi, sin embargo, habría que considerar, sobre todo hasta Mi Padre, el inmigrante, el ritmo como factor constructivo, o sea, lo que ha denominado Jean Cohen: el nivel fónico.
Nivel fónico
El poema está integrado por veintinueve estancias, aun cuando el poeta señala
con el número treinta, como si fuera una estancia, el verso lei-motiv con el que
inicia y termina su canto al padre muerto. Cada estancia está constituida a su vez
por un número indeterminado de versos, predominantemente alejandrinos.
Veamos:
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.
Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,
con volcanes adustos, con selvas hechizadas,
donde moran las sombras azules del espanto.
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Como dijo Gerard Hopkins, citado por Jakobson, el verso es "discurso que
repite total o parcialmente la misma figura fónica". Efectivamente, desde el punto
de vista del ritmo. Es, como ha escrito Jean Cohen, que el verso "versus", "Por
oposición a la prosa (prorsus), que avanza linealmente, vuelve siempre sobre si
mismo". Es indudable que el verso de catorce sílabas, llamado alejandrino en
castellano, usado por Gonzalo de Berceo en el siglo XIII, es un verso compuesto
de dos hemistiquios heptasílabos, con acento en la sexta sílaba y con cesura
después de la séptima. Este verso cadencioso y de gran sonoridad, tuvo vigencia
casi absoluta hasta el siglo XVI, cuando aparece el endecasílabo. Fueron los
románticos, primero, y luego los modernistas, especialmente Darío, quienes
desempolvaron el alejandrino y le imprimieron, si pudiera decirse paradójicamente, aire de novedosa majestad antigua.
Es indudable que Gerbasi, cuyo proceso formativo como poeta contempla la
lenta evolución tanto del romanticismo como del modernismo entre nosotros, a
pesar de la novedosa carga semántica del lenguaje lírico, prefiere como marco de
su mensaje la cadenciosa e impresionante sonoridad del alejandrino. Por eso, Mi
Padre, el Inmigrante, conjuga su nivel fónico, extraído de la rancia tradición
castellana del siglo XIII, con un nivel semántico en el que se vuelca todo el universo de modernidad de su obra creadora.
Nivel semántico
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Es en este nivel en el que se descubre la mayor riqueza de relaciones en el significado de la palabra poética. Sin duda, el poeta con toda libertad construye su
universo, en el que seguramente hay; como ha anotado María del Carmen Bobes,
al referirse a Cántico de Jorge Guillén, un realismo fotográfico y un realismo
esencial. El primero es sencillamente un realismo objetivo, en el que las cosas
aparecen tales como son; en el segundo, en vez de fotografía, hay radiografía y
proyección hacia el interior de las cosas..
En este penetrar hacia el universo recóndito del hombre y sus objetos, radica
la potencialidad creadora del lenguaje poético de Gerbasi. Podríamos aplicar una
definición de Tinianov, referida a la polisemia de la palabra poética, en la que según el teórico ruso: "La palabra no tiene significado preciso. Es un camaleón que
nos muestra matices, y aun colores distintos". Electivamente, es esto lo que sucede en la verdadera poesía y es lo que en Mi Padre, el Inmigrante, constituye el insondable mundo, que aflora desde la realidad, para convertirse en alegoría y mito
y confundirse con la misteriosa existencia del hombre, más allá de la muerte.
En Mi Padre, el Inmigrante, Gerbasi construye mediante una asociación de
imágenes, todo el entorno en el que habita el recuerdo, la memoria, la vivencia
de su padre. Y lo proyecta hacia el ámbito de lo material y lo espiritual, en el que
se da la presencia de la alegoría, que según Tesauro se compone "de cuerpo y de
alma". Esto es, la palabra y la significación.
La aproximación al mundo del poema de Gerbasi, había que intentarla a
través de la separación en bloque de los grandes temas que conforman la estructura semántica del canto. Así por ejemplo, en primer lugar: el hombre y el tiempo, que alcanza hasta la sexta estancia. Luego el paisaje de origen del padre, en
función del recuerdo del hijo, que va de la séptima estancia hasta la número
doce. Desde la estancia XIII hasta la XIX, el poeta canta la viva presencia del
padre en su retiro campesino de Inmigrante, poblado de misterios y de una
absorbente fuerza telúrica. Desde la estancia número veinte hasta la veintiséis, se
refiere al hombre venezolano, como recio fruto de la tierra. Desde la estancia
veintisiete hasta el final, contiene invocación la del hijo al padre en la búsqueda
de su destino en el mundo.
El hombre y el tiempo
Ya hemos anotado que la poesía de Gerbasi se caracteriza por lo que podríamos llamar cadenas de imágenes, en lugar de la abundancia de metáforas. El
mundo magnífico así, proviene naturalmente en el discurso poético de la transformación que se opera en el nivel de significación léxica, al pasar hacia el nivel
de significación contextual. En este caso de las primeras siete estancias de su
poema fundamental, Mi Padre, el Inmigrante, encontraríamos en el nivel lexical, elementos constitutivos, referidos a planos objetivos, emotivos y determinativos, que alcanzan su plenitud significativa al ingresar al sistema semiótico. Los
ejes lexicales podrían estar constituidos así:
Objetos
espejos
columnas
altares
anillos
hierro
piedras
arenas
reloj
retrato
hilo
salero
aposentos
tambor
diente
bandera
velero
zapatos
ladrillos
monedas
paños
remo
saco
|
Emociones
tristeza doliente
agonía
llanto
alma
lamentos
corazón
miedo
lágrimas
|
Determinaciones
De tiempo
noche
días
eternidad
antiguos
horas
vespertina
tarde
memoria
ayer
existencia
antiguo
De lugar
tierra
ciudades
desiertos
colinas
mar
montaña
monedas
|
Es indudable que el proceso de transformación que se opera en los elementos
lexicales, que separadamente, cada uno tiene su valor denotativo, proviene de su
integración a los campos semánticos en los que empieza a funcionar el sistema de
relaciones en el campo contextual.
El gran tema del hombre y el tiempo, que pudiéramos decir abarca todo el
desarrollo del poema, constituye una macro estructura semántica en la imagen
que se nutre del símbolo y del mito. Como decía Henry Miller, el mundo está
dentro del artista, en este caso del poeta. El escritor José Luis Vittori, ha explicado en su libro Imago Mundi, el proceso mediante el cual se llega al fenómeno
general de la imagen. Su explicación es la que sigue: .'El artista parte de una imagen interior que siente vibrar en sí como una señal de alerta cuando todo su ser ha
sido motivado y se compromete con su mundo auténtico; de una imagen interior
que, en su necesidad, concilia vivencia y personal; de una imagen interior que es
visión del mundo, sentimiento del mundo y actitud ante el mundo, perspectiva,
distancia; de una imagen interior que, arte en principio, tiende a amplificarse por
la fantasía, cortando las relaciones causales de la naturaleza; a exteriorizarse, a
condensarse en formas, a realizarse (e irrealizarse) en una imagen artística, a
encontrar su equivalente en un "correlato objetivo" más o menos rico, más o menos preciso, que surge de una actividad constructora del espíritu, capaz de crear
un símbolo y una semántica personales del mundo, así como de hallar en un determinado lenguaje su afinidad y su "ley formal de fantasía".
La cita de Vittori nos ayuda a comprender la estructura profunda del poema
de Gerbasi, en el que el lenguaje se encarga de ofrecernos ese mundo removido
en el alma del poeta por el duro golpe de la muerte de su padre. El hombre es
presa de conflictos interiores y con el tiempo se conviene en mito. Por eso el poeta dice:
Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:
engendrador de vida, engendrador de muerte.
El tiempo que levanta y. desgasta columnas,
y murmura en las olas milenarias del mar:
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El tiempo aparece implacable frente a la fragilidad de la existencia humana.
Ese tema tan socorrido por los poetas de todas las épocas, cobra una dignidad
estética increíble en la lírica de Gerbasi. La levedad de su palabra poética, deja la
constancia de una reflexión que coloca al ser humano frente al trémolo metafísico de la existencia. Veamos la estancia tercera del poema:
Relámpago extasiado entre dos noches,
pez que nada entre nubes vespertinas,
palpitación del brillo, memoria aprisionada,
tembloroso nenúfar sobre la oscura hada,
sueño frente a la sombra: eso somos.
Por el agua estancada va taciturno el día,
doblegando los juncos hacia barcas de olvido.
El alma silenciosa en las violetas tiembla.
¿No somos un secreto guardado por las horas?
Mirad cómo en el césped de la tarde
la mirada es un brillo de azahares,
cómo se esconde el ser
en el suspiro leve de las frondas.
Algo se cierra siempre en torno a nuestra frente.
El frío de las piedras corre por nuestra sangre.
Un susurrar de nardo desciende por los valles.
y siempre el hombre solo, bajo el sol y los truenos,
perseguido por voces y látigos y dientes.
El hombre siempre solo, con su mirada, suya,
con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.
El hombre interrogado a sus calladas sombras.
Escucha: yo te llamo desde mis soledades,
desde mis suspirantes comarcas de palmeras,
abiertas a los signos luminosos del cielo.
El viento se te enreda con nieblas siderales,
y te detiene al pie de negros abedules.
Venados de luna van corriendo
por la antigua memoria,
y en tu silencio caen llamas del corazón.
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El lenguaje, cargado de símbolos arrancados a la presencia de la naturaleza,
connota situaciones espirituales en el "tembloroso nenúfar", "brillo de azahares",
"suspiro leve de la fronda", "susurrar de nardos", "comarcas de palmeras", "venados de luna". La trascendencia del mensaje, de hondo signo metafísico, se reparte
por igual en la significatividad de los elementos constitutivos del campo semántico, proyectado en conjunto hacia el núcleo contextual: hombre-tiempo.
El paisaje como núcleo de lo arquetípico
Es indudable que Gerbasi en su poema fundamental Mi Padre, EI Inmigrante,
pone a prueba con éxito, el poder de la palabra poética. De ese poder significativo, nace la conversión en mito de la propia realidad. Para el poeta, el recuerdo,
que es una realidad inmediata, a través de la memoria, mejor de la presencia de
su padre, que es inextinguible para él, a pesar de la muerte, se convierte en mito,
encarnado en esa presencia arquetípica, especie de omnipresencia, que es a su
vez, la vivencia permanente de su progenitor. En este proceso de alquimia verbal,
el paisaje, que es la realidad evocada, adquiere todos los atributos de ser. Dentro
de esa realidad, confundida con el recuerdo, en la que el tiempo no priva, se proyecta la presencia del padre, con carácter de mito. Diríamos que la palabra poética asume definitivamente su importante función, al abandonar su carácter designativo, para desempeñar un objetivo esencial. Es lo que explica muy bien Maurice Blanchot, al anotar: "Esto significa en primer término que las palabras al tener iniciativa, no deben servir para designar algo ni para expresar a nadie, sino
que tiene su fin en sí mismas". Pareciera darse en el poema de Gerbasi, a partir de
la séptima estancia, eso que Mircea Eliade ha llamado "la época beatifica de los
comienzos". Esto es, la evocación de un pasado, que es intemporalidad de iniciados. Hay algo de sagrado, de religiosa actitud, frente a la vivencia del padre, como fenómeno universal de la existencia humana.
El poeta empieza por reconstruir la aldea paterna, poblada de cosas, de objetos, de signos, que se convierten en símbolos, dentro de la cadena de imágenes
que conforman la atmósfera general del poema: Oigámoslo:
Tu aldea en la colina redonda bajo el aire del trigo,
frente al mar con pescadores en la aurora
levantaba torres y olivos plateados.
Bajaban por el césped los almendros de la primavera,
el labrador como un profeta joven,
y la pequeña pastora con su rostro en medio de un pañuelo.
y subía la mujer del mar con una fresca cesta de sardinas.
Era una pobreza alegre bajo el azul eterno,
con los pequeños vendedores de cerezas en las plazoletas,
con las doncellas en to a las fuentes
movidas rumorosamente por la brisa de los castaños,
en la penumbra con chispas de herrero,
entre las canciones del carpintero,
entre los fuertes zapatos claveteados,
y en las callejuelas de gastadas piedras,
donde deambulan sombras del purgatorio.
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Como se observa, a la larga enumeración de circunstancias, aparentemente
objetivas, se agrega, al final, un elemento resolutorio, que altera la anécdota narrativa, como imagen de una realidad: es el de las "sombras del purgatorio"
deambulando por aquel entorno tan natural de la aldea arrancada aun pasado
intemporal. Después el poeta sitúa el arquetipo, dentro de un clima mitológico,
en el que la muerte aparece como signo de misterio, pero cargado de cierto determinismo fatal. Una especie de cosmogonía interior preside la evocación de la
existencia del padre, convertida en permanente interrogante frente a la insondable diversidad del mundo. Por eso el hablante lírico, en el poema dice:
Tú venías, y el mundo estaba debajo de tus pasos,
y debajo de tus noches, y debajo de tus soledades.
Sí, tu existencia había creado sus cielos huracanados,
sus aguas tumultuosas, sus nubladas lejanías,
y las tempestades agitaban los mares de tu corazón
con truenos y estrellas caídas
en las oscuras soledades del alma,
con naufragios y voces de mujeres
perdidas en la extensión de las olas y los países.
Soñabas con fantasmales buques en la sombra,
esos que llevaban banderas de luto
y viajan hacia los puertos de podridos aceites
y antiguos desperdicios,
y la furia levantaba ondas en la oscuridad de tu muerte,
perseguida por brillos lunares,
con una oleaginosa superficie negra
con vuelos de lentas aves relucientes,
ahí donde los astros gotean sus azules licores,
en ese espacio del misterio devorador;
con islas iluminadas en nuestra soledad.
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Desde la estancia novena hasta la número doce, el poeta afirma los campos
conceptuales en el uso de términos, que a la vez que evocan la presencia del
padre, revelen un universo sensiblemente comprometido con su estado espiritual
Hondas reflexiones, afloran en el clima lirico, sostenido por núcleos de imágenes.
El poeta habla de su existencia, ligada a la nostalgia de su padre, inmigrante; de
la llegada del padre a su nuevo destino, en el que "Una puerta caliente se abrió
para tu vida". Emergen en la evocación, la figura del brujo criollo, definido por
indicios como los de "gruesas hojas moradas, semillas venenosas, corazones de
pájaros", luego el escenario de trabajo en el que aparecen los trapiches" "y el toro,
que en la tarde, avanza hacia la muerte, atado a dos caballos". El poeta descubre
la fábula que se urdió posiblemente en la imaginación del inmigrante, frente a la
nueva tierra. Uno como nuevo conquistador se adentra en un paisaje en el que
una realidad maravillosa, los deslumbra. Leamos:
Y viste la serpiente de agua, retorcida,
que en la penumbra ahoga a la vaca sedienta.
y anduviste de noche entre las mariposas
de luto, que visitan los ranchos tenebrosos,
donde habita la fiebre de labios amarillos.
y viste danzar llamas, las llamas del Tirano,
seguido por el canto del aguaitacamino,
que avanza, misterioso, junto al paso del hombre.
y dormiste entre hormigas, arañas y escorpiones.
y grandes flores lilas, con brillos siderales,
se abrieron en tu sueño de encendidos diamantes.
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Después, en la confluencia del día y de la noche, surge la memoria viva del
padre. La vida y la muerte de su progenitor, se proyectan con cierto aire sagrado
en el alma del poeta. Por eso canta:
Tu vida y tu muerte, tuyas para siempre,
como es para si el niño que se ahoga en un pozo perdido
en mi se juntan y me difunden en la tierra,
en ese instante que se detiene iluminando la memoria,
igual al relámpago que enciende un horizonte sagrado,
en el momento en que el día y la noche se juntan,
plenos de profundidades de lo eterno,
en una densa agitaci6n de oscuros caballos celestes
que se agigantan para el engendro de un poderoso enigma,
sobre las montañas, sobre las ciudades
y las frentes pensativas.
Padre de mi soledad.
y de mi poesía.
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La tierra y el hombre
Toda la poesía de Gerbasi emerge hacia el campo sígnico con una gran fuerza
telúrica. Es indudable que tanto la realidad, como el mito que surge del tejido lírico de las imágenes y de los símbolos en el poema, están cargados de una maravillosa potenciación, que fluye de la naturaleza y de la tierra. Así pudiéramos
señalar que desde la estancia número trece hasta el final del poema, el padre inmigrante, el nuevo hombre, que es el hijo, la naturaleza y la tierra, constituyen
una unidad lírica en la que lo humano domina todo el escenario poético. Por eso,
la noche, las lluvias, el viento, el río, la selva, las colinas y un sin fin de elementos
naturales que integran el universo de las estancias del poema, cobran vida ante el
recuerdo del padre, que es como el magma de todo el canto, sostenido en el proceso de transformación de la realidad en mito. A la altura de la estancia XIX, el
poeta enumera elementos naturales, que se confunden con las vivencias del padre, aunadas a otras experiencias ya vividas en otro suelo, en otro paisaje.
Veamos:
Te señalo sobre la tierra, en medio de tu propia voluntad.
La hoja aceitosa y morada del tártago,
la flor amarilla y espesa del guanábano,
la fruta velluda del guamo,
la araña cobriza y lenta,
el insecto de plata y de veneno,
están aquí en tu silencio,
en tu silencia profundo como el día,
donde posan los valles
como en la reminiscencia de una leyenda.
Está aquí lo que tú querías allá entre los pastores,
cuando los deshielos daban música y espuma a los riachuelos,
y florecían las violetas y maduraban las fresas en tomo tuyo,
alrededor de tu aldea con muros medievales
y vuelo de palomas en las tardes.
Está aquí el fuego lamiendo las raíces,
los animales lamiendo a los animales,
y tú estabas aquí con el sudor de tu frente,
el solitario, el vestido de paño de hilo,
el erguido en medio de la comarca de las tempestades,
el que iba gritando hacia adentro,
buscándose las manos y la frente en su existencia,
buscando el sitio donde poder decir:
"Aquí yo vivo, aquí yo soy el hombre".
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Como se observa, los elementos enumerados: el tártago, el guanábano, el
guamo, la araña, el insecto, como sucederá con otros, en casi todas las estancias
del poema, se integran al gran trasfondo humano, que uncido a la leyenda constituyen el plano supremo de esa macro anécdota intemporal, de profundas resonancias filosóficas, que es Mi Padre, El Inmigrante. Ya en la estancia XXV; el hijo,
como heredero del arquetipo que cubre la evocación de la existencia paterna, da
cuenta de su destino frente a las cosas cotidianas de la vida, a la vez que reconoce
el legado supremo de la existencia. Leamos:
Vienen de ti mi afán y mis palabras,
y es tu sangre la que dice con mis labios:
hierro, pan, campaña, frente, piedra, flor, caballo,
casa, sartén, naranjo, césped vespertino,
comero, yerba clavo, cayena y astromelia.
Y está aquí mi existencia con hijos en las horas,
con hijos que me llaman en las horas.
Y estoy aquí para llevarles pan,
y andar por la ciudad con mi destino,
correr entre relojes con mi angustia,
y contemplar los astros, y mirarme las uñas,
y gritar hacia adentro y hacia el mal;
y hacia la noche, y hacia mi madre,
y hacia los grandes estremecientos del mundo.
Y estoy aquí buscando las respuestas de mi sangre,
los signos solitarios que me hieren,
mis huellas que me siguen en la tierra,
mis huellas que vienen de tu vida,
padre mío, padre de mi pesadumbre.
y de mi poesía.
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En la estancia veintiocho, el poeta reconstruye su origen y evoca la figura de la
madre, ligada a un paisaje lejano, en el que el padre tiene raíces vivenciales, fortalecidas
con el recuerdo de la muerte. El poeta canta:
Tú, que me lanzaste sobre la tierra hacia la nada,
desde el círculo incendiado de tus experiencias,
desde todas las puertas cerradas,
desde las calles perdidas,
desde los perros que aúllan frente a los cadáveres,
desde los puertos que inflaman
sus alcoholes en la noche,
desde la pobreza que va huyendo por las callejuelas,
desde las mañanas, desde aquel cielo de samaritanas,
desde aquellos cerezos temblorosos,
a cuya sombra mi madre
esper6 que yo viniese de ti
como el sencillo regalo de un pobre;
tú, junto a ella, levantas mi sombra
en los valles de mi propio corazón.
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Es indudable que el rico registro verbal en la poesía de Gerbasi, constituye un
todo, casi indivisible a lo largo de su poema fundamental, Mi Padre, el Inmigrante. Ese registro verbal conforma una realidad que emana del propio lenguaje
poético. Todo está construido sobre palabras, que adquieren diversos matices,
diversos valores significativos, que giran en tomo a la trinidad: tierra, hombre y
tiempo. A este respecto, valdría la pena citar con toda propiedad, lo que ha
escrito Maurice Blanchot sobre Mallarmé, al referirse a la Cercanía del Espacio
Literario. Oigámoslo: "Pero en ese todo donde él es su propia esencia, donde es
esencial; también es soberanamente irreal, es la realización total de esa irrealidad,
ficción absoluta que expresa el ser cuando, al haber "gastado", "corroído" todas
las cosas existentes, al suspender todos los seres posibles, tropieza con ese interminable, irreductible. ¿Qué queda? "Esta palabra misma: es". Palabra que sostiene todas las palabras, que las sostiene dejándose disimular por ellas, que, disimulada, es su presencia, su reserva, pero cuando cesan se presenta ("el instante
en que brillan y mueren en una flor rápida sobre alguna transparencia de éter"),
"momento fulminante", "resplandor fulgurante".
Es "momento fulminante" según Blanchot, es el todo de la obra. y es el todo y
es la nada. y es de esa circunstancia de la que emerge el lei-motiv del poema:
Venimos de la noche y hacia la noche vamos. La noche, en la poesía de Gerbasi es
el gran símbolo de la nada. Podría hacerse un seguimiento a la palabra noche y
encontraríamos que constituye un eje semántico de ricas proyecciones significativas. Por ejemplo, cuando el poeta la asocia a la "pesadumbre" y a la soledad, al
decir: "la noche derrama su pesadumbre y el querer estar a solas". Luego encontramos que connota las "profundidades de lo eterno, en una densa agitación de oscuros caballos celestes -que se agigantan para el engendro de un poderoso
enigma-, sobre las montañas, sobre las ciudades y las frentes pensativas".
El poeta asocia la nada con un sugerente mundo de significatividad, en el que
la noche derrama sus misterios y crea nostalgias y tristezas en lo más profundo de
su alma. Podríamos anotar conjuntos binarios, de carácter semántico, en los que
la noche va connotando al relacionarse con otro sustantivo, circunstancias diversas. De esta relación nace, en cada caso, un campo semántico único en el que el
término asociado a noche, proyecta a su vez su compleja y diversa significatividad. Así, por ejemplo, hay una noche que impulsa "colores densos por el cielo",
hay una "noche de los tamarindos", hay noches que "amparan la existencia a
solas", la noche tiene flores y el poeta la define en forma total, en la estancia XX,
así:
Aquí la noche deja los juncales
con sangrantes reflejos,
con ondas purpurinas en penumbra
y escamas aceradas.
Un profundo combate
hiere cuerpos perdidos en la sombra.
Es un agua de olvido jadeante,
de limpio cielo ardiente,
que descansa en relámpagos hundidos
sobre babosas ramas de tembloroso limo.
Es un agua de lentos círculos de agonía,
con ojos en el sueño,
de flor amarga abierta entre las piedras.
Es el agua de alma solitaria,
del hombre que soporta los confines,
dando a la tierra huellas, brasas del corazón,
voces a la llanura donde un demonio canta,
por donde avanza el día con humedad caliente,
con altas y sonoras geometrías
de pájaros acuáticos
que figurando van rojas costas celestes.
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Como se observa, en el campo semántico los conjuntos binarios que emergen
de la estancia citada, serían los siguientes:
noche-densidad
noche-tamarindo
noche-soledad
noche-flores
noche-sombra
noche-agua
noche-olvido
noche-agonía
noche-sueño
noche -confines
noche-demonio
noche -canción
noche-geometría
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Atendiendo a la relación semiótica dentro del contexto, cada uno de los términos que acompañan a la palabra noche, adquiere valor simbólico diferente. Así,
por ejemplo, el término tamarindo, asociado al término noche, tomando en consideración la significación multívoca que el poeta atribuye a este último, se coviene en un universo de imágenes que se nutren de los recuerdos de la infancia y
de las circunstancias que han girado en tomo a la existencia del padre, derramada en la amorosa memoria del hijo. Sería largo tratar de realizar el análisis completo de cada uno de los conjuntos señalados, tal vez un poco al azar, en el
poema. Sólo queríamos poner los pies en la senda. La noche de donde viene el
poeta y hacia donde va, es la nada, es la existencia, es el misterio del destino humano, es el mundo con sus interrogantes, en el que el hombre surge a la vida, se
asocia a las cosas y luego desaparece todo con la muerte. Sobre ese enigma construye el poeta su realidad. Hecha de recuerdos, de afectos, de objetos identificados con el calor de la vida, con la permanente presencia del hombre, desde su sitio determinado en el cosmos.
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