POR OSCAR SAMBRANO URDANETA Y DOMINGO MILIANI. (1976)
V i c e n te G e r b a s i
1913
Vida. Nace en Canoabo (Edo. Carabobo) el 2 de junio de 1913.
Sus padres Juan Bautista Gerbasi y Ana María Federico Pifano proceden de Vibonati, una aldea viñatera italiana situada en las fadas de los Apeninos, frente al Golfo de Policastro en el Mar Tirreno.
A los diez años Gerbasi cruza el Atlántico. Pasa un año en el sur
de Italia y cinco en Florencia. Completa la enseñanza primaria.
Cursa la secundaria. En 1928 fallece el padre. El hijo debe regresar.
Es el primogénito y hace falta en la casa. Retorna a Canoabo en
1929. Atrás queda Italia. Atrás, la adolescencia y los estudios. Ahora
es preciso trabajar. En Valencia se emplea en una institución
bancaria. En la capital carabobeña reside entre 1930 y 1936. Con
frecuencia hace viajes cortos a Caracas. Le interesa el trato con
los poetas. Suele concurrir a la tertulia que se reúne en la casa
de Jacinto Fombona-Pachano, a la que asisten Fernando Paz castillo, Enrique Planchart y Rodolfo Moleiro. En 1936 ingresa al periodismo. En Valencia ejerce por corto tiempo la dirección de Indice.
A mediados de este año se traslada definitivamente a Caracas. Atrás
queda la aldea. Atrás queda la infancia. Trabaja en el diario Ahora.
Luego como Secretario del Concejo Municipal. y de nuevo al periódico. A la sala de redacción llegan día a día las noticias que traen
la desconcertante imagen de un mundo indeseable. Ha comenzado la
guerra civil española. Otras naciones europeas se arman sigilosamente
para enfrentarse en una nueva guerra mundial. En este clima de
neurosis colectiva se gesta la Vigilia del náufrago (1937) , su primer
libro de poemas.
En 1938 Gerbasi y Consuelo Orta Bercht contraen matrimonio. Juntos
compartirán la existencia en perfecta armonía. Es por entonces uno de
los integrantes más jóvenes del Grupo Viernes. de cuya revista homónima es Director-Fundador (1939). Circula su segundo poemario,
Bosque doliente (1940) , símbolo romántico de la melancolía del poeta
sitiado por la soledad y la angustia, pero lleno al mismo tiempo de
un anhelo secreto por elevarse místicamente.
En Creación y símbolo (1942), reúne Gerbasi tres ensayos críticos,
dos de los cuales están dedicados a la obra de sus compañeros Luis
Fernando Alvarez y Otto D'Sola, y uno al poeta y educador chileno
Humberto Díaz Casanueva.
Aparte del valor exegético de los ensayos, en este libro aparece el credo poético de Gerbasi en lo relativo
particularmente al lenguaje, a la estructura del poema ya las creaciones oníricas y metafísicas que parten de Novalis y de sus Himnos
a la noche (1800) .Tanto en el orden de las vivencias como en el
de la formación intelectual que ahí se pone de manifiesto, Creación
y símbolo es una de las fuentes críticas más seguras para una descripción del itinerario creador de Vicente Gerbasi.
De 1939 a 1946 ejerce la Secretaría de Redacción de la Revista
Nacional de Cultura, en cuyas páginas publica numerosas reseñas
que constituyen otra fuente no desdeñable de las ideas críticas manejadas por Gerbasi.
Estos años son de una gran actividad creadora, centrada en hondas
búsquedas interiores, Aparecen Liras (1943) y Poemas de la noche
y de la tierra (1943). El primero contiene la única muestra de una
versificación que obedece al más estricto rigor preceptivo. Esta excepción se explica como la respuesta de Gerbasi al reto lanzado por quienes, en repudio al versolibrismo de la Vanguardia, habían regresado al
uso de metros y estrofas tradicionales. No fue este fenómeno exclusivo
de Venezuela, Pedro Henríquez Ureña señala que en la América Hispana, "no mucho después de iniciarse la moda del verso libre, buen
número de poetas se dedicaron a revivir formas tan rígidas y clásicas
como el soneto, el terceto dantesco, la espinela de Calderón y Zorrilla
y la lira de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. En ocasiones
adoptaron una lucidez de expresión igualmente clásica, pero muy
frecuentemente las viejas formas contienen atrevidas metáforas de
estilo más moderno".
Si este último juicio de Henríquez Ureña se
hubiese escrito a propósito de las Liras de Gerbasi, habría sido de
una precisión absoluta.
Junto con el excelente ensayista e historiador Mario Briceño Iragorry
(1897-1958). dirige una importante revista de interés literario: Bitácora ( 1943-44). En 1945 circula Mi padre, el inmigrante, uno de
los más complejos poemas escritos en Venezuela. punto de llegada y
de partida de casi toda la poesía de Gerbasi.
En 1946 ingresa al servicio diplomático. Se produce entonces su
primera ausencia larga del país. Es Agregado Cultural en Bogotá.
Ahí publica Tres nocturnos (1946) y Poemas (1947). De Colombia
pasa a Cuba con el rango de Cónsul (1948) y de allá es trasladado
a Suiza (1948-49). A raíz del golpe militar que derroca al Presidente
Rómulo Gallegos a fines del 48. Gerbasi renuncia y regresa a Venezuela. Trabaja en la publicación de revistas literarias que él mismo
funda y dirige: El Perfil y la Noche (con el poeta Juan Sánchez
Peláez) , Poesía venezolana y Revista del Caribe. En 1952 es Director-Fundador de la Revista Shell, extinta desde hace .algunos años.
Aparecen nuevos libros de poemas: Los espacios cálidos (1952),'
Círculos del trueno (plaquette, 1953), Tirano de sombra y fuego
(1955). Por arte de sol (1958). También, un cuaderno con notas sobre poesía: La rama y el relámpago (1953) .
Después del cambio político que se opera en Venezuela a comienzos
de 1958, vuelve a la vida diplomática. Esta vez la ausencia es de
trece años. Consejero en Santiago de Chile (1958), Embajador en
Haití (1959) , Israel (1960-64), Dinamarca y Noruega (1964-69).
Polonia, finalmente (1970-71) .En este año obtiene el retiro y se
residencia en Caracas. Es de nuevo en la actualidad Jefe de Redacción de la Revista Nacional de Cultura. Los dos últimos poemarios
que ha publicado responden a sus experiencias de viajero: Olivos
de eternidad (1961) y Poesía de viajes (1968) .
Tres de sus libros han sido traducidos al francés: Mon pere, l'emigrant (1949) , Les espaces chaudes (1955) y Oliviers d'eternité
(1964).
ITINERARIO DEL POETA ,
Apocalipsis y caos interior. El primer libro de Gerbasi, Vigilia del
náufrago (1937) está azotado por una visión humillante del ser
humano convertido en demonio exterminador, cebado en víctimas
inocentes. cosificado al punto de transmutarse en tuerca de un engranaje bélico siniestro. No olvidemos que esta obra se gestó por la
época en que estalla la guerra civil española y Europa comienza a
convertirse en una gigantesca bomba de tiempo, cuyo estallido cegaría la increíble cifra de cuarenta millones de vidas, inmoladas durante
la segunda conflagraci6n mundial. Tan horripilante proceso, seguido
paso a paso por Gerbasi,
conforma la imagen de ese apocalipsis
que asedia al náufrago en vigilia, y le comunica a su poesía un
tono dramático, reflexivo y solemne, que se mantendrá.
Desde esta vigilia espectante crecen también la soledad, la muerte,
la melancolía, el pavor ante la fuerza destructora del tiempo: todo
lo cual habrá de acompañarlo en su camino creador. La identificación con el incruento padecer del hombre sumerge a este poeta
en un mundo fantasmal que recuerda el infierno interior de
Nerval, representado por Gerbasi con imágenes submarinas, porque
es como si de repente se hubiera cerrado sobre sus sienes un mar
tenebroso:
Hemos andado las geografías suicidándonos,
destrozando senos de mujeres inocentes,
mutilando niños,
violando la alegría tranquila de hombres desconocidos y olvidados.
Yo bajo del centro de una geografía criminal y antihumana.
He perdido mis cabellos y mis uñas
en los terribles escollos mutilados.
Desciendo sin ojos y garganta, sin playas y palmeras.
Desmesuradas manos tratan de subirme al mundo de las brisas;
pero aguas turbias, aguas negras,
aguas de antiguos templos sumergidos,
murmuran y ensordecen,
arrastrándome a las precipitadas ciudades de los náufragos.
Panteísmo místico. De este caos íntimo y este anonadamiento espiritual, el poeta comienza a ascender para acercarse con fervor, recogimiento y misticismo a la vida, a la naturaleza, a la muerte, a Dios.
Tal es lo que se observa en Bosque doliente (1940), segundo libro
de Gerbasi, en uno de cuyos poemas aparece una concepción sacra
del poeta, visto como un iluminado prometeico, cuya fuerza creadora
proviene de Dios, y cuya palabra como la de Aquél tiene poderes mágicos:
Nimbado de arcoiris. a ti me acerco ¡oh, Dios!
tú que vigilas con mirada de firmamento estos dominios míos.
colmados de maravillas con sueños y sufrimientos.
Ungido de la luz que te hace glorioso en los eternos vergeles
a ti asciendo hecho de tus resplandores ...
Los humanistas del Renacimiento dieron curso a la idea de que cada
hombre es un microcosmos. un resumen de todo lo creado que tiene
su unidad completa, como el universo la suya. Este concepto conduce a un grado muy profundo de interiorizaci6n. ya que en realidad es cognoscible en la medida en que nos conozcamos a nosotros
mismos. por la analogía de su ser con el nuestro.
Para ser luminoso ante ti. como lo soy.,
he visto en mí tu creación,
sin dolerme no ser el día o el viento,
porque me has dado la disposición de poderlos amar
y tender mi melancolía sobre los montes y los mares.
Esta concepción, que ya estaba en los románticos. conduce inevitablemente a la creencia de que el Ser Supremo yace tanto en la naturaleza cósmica como en las profundidades anímicas del poeta. Es
un panteísmo místico que revela en Gerbasi a un creador altamente
espiritualizado, en cuya voz resuenan a veces los ecos de San Juan
.de la Cruz:
Hacia mí vienes. yo el pastor de los valles,
aldeano de tristeza vespertina,
como brisa de fuentes o de árboles distantes
dormidos en luz de milagro.
Perdido me has dejado como un santo en viejos encinares
y de mi corazón has hecho un rumor de follaje.
La noche y el sueño. Bajo el influjo de poetas alemanes como Novalis
(1772-1801) y de franceses como Gérard de Nerval (1805-1855),
Gerbasi expone lúcidamente una teoría sobre la noche y el sueño.
No nos equivocamos al aseverar que el creador venezolano se
encuentra. en parte, dentro del ámbito moderno del Romanticismo
metafísico y onírico, en especial. por las influencias que sobre él
ejercen Novalis y Nerval, y por su formación dentro de la estética
surrealista. No nos habría sido difícil resumir las ideas a que adhiere
Gerbasi, pero nos ha parecido más conveniente transcribirlas, por
ser valioso documento en el que aparecen muchas de las claves para
comprender y evaluar su poesía.
Cuando Novalis dijo "la naturaleza es una varilla mágica petrificada", ya
su vida había entrado en los dominios del encantamiento y el Universo
se extendía en su alma como una sinfonía. Porque nuestra alma está
dentro del Universo, pero también el Universo está dentro de ella con
todas sus maravillas, con la melodía de la luz que corre por las colinas,
por las arboledas y mares, por las grutas de nuestra memoria; con el
relámpago que destruye el anochecer; con el fruto que rueda por el prado
fresco y sereno como un astro en la noche silenciosa; como el infinito
que comienza a vibrar en nosotros como una cuerda tensa, hasta convertirse en una profunda. angustiante, agónica música de órgano. Ya al
gran poeta de los Himnos a la noche le era dado dirigir sus sueños,
confundirlos con la naturaleza, y aprisionarlos luego en su infinito encantamiento. siendo el señor que mueve la "varilla mágica".
En la sombra, el alma humana, que es síntesis de finito e infinito, deviniendo en angustia trascendental, encuentra las sagradas posibilidades de
participar con la esencia de las cosas y descifrar muchos de sus propios
enigmas. La noche es el estado primordial y el fin del hombre. En la noche
somos un breve paréntesis luminoso que vuelve a cerrarse en la eternidad,
que vuelve a hacerse noche. La noche contiene las primeras interrogaciones del hombre, en ella comienza a descubrirse y tiene necesidad de
hablar. Las cosas en la noche, en la sombra, se nos aparecen como
resonancias. Forman parte del reino de la música. Se reintegran y nos
reintegran al misterio (...) En su anhelo metafísico, en su angustia
ontológica, en su entrega a la conciencia de que forma parte harmónica
del Universo, el poeta se adentra en las sombras, en la noche, en su
misterio, y en ella descubre la gran semejanza que posee con su ser
oscuro, potenciado en la desesperación. De esta manera derrama su drama en la noche, la noche misma se hace dramática en su existencia, y
uniendo su misterio al misterio del poeta, le ayuda a revelarse con el
lenguaje de milenarias profecías (...) Gran peligro constituye la noche
para el poeta, porque en su proximidad al misterio, en su hondo espejo
del cosmos, en su insondable silencio estrellado, en su invitación al infinito, se hacen posibles el ángel y el demonio, la serenidad y el caos.
La noche es la revelación de las grandes potencias, es el umbral del
trasmundo, es la resonancia de lo desconocido. Más cerca de lo sobrenatural que el día, la noche sitúa al hombre al borde del abismo. El poeta.
fácil de ser arrastrado por estas ocultas fuerzas, dispuesto siempre a
ellas, puede ser fatalmente atrapado y conducido al caos.
Siempre queda en nosotros una resonancia, un eco de lo que se cree
haber olvidado. Recuerdos, experiencias, imágenes, impresiones, visiones,
que se han alejado de nuestra memoria y hundido en lo más oscuro de
nuestro ser, nos sorprenden de pronto en el sueño, enriquecidos por una
magia íntima y misteriosa. Todo hombre lleva secretamente el mundo de
sus sueños, formados casi todos por el eco de remotos acontecimientos de
su vida ( ...) Los recuerdos, los momentos de contemplación, las vivencias, las visiones, se hunden en el poeta para filtrarse en él en busca de
su profunda esencia. Estos elementos, en un momento dado, en un momento mediúmnico, iluminado, cuando extrañas potencias actúan en silencio sin que las podamos advertir, vuelven a flotar en las zonas más
asibles del poeta (...) En la poesía los elementos se relacionan por el
sueño. La vigilia divide, el sueño une. Por eso el símbolo, la metáfora,
etc., se elaboran en el sueño, ahí donde pueden extraer el contenido integral del hombre. La poesía contempla una serie de problemas inherentes
a sí misma, que el poeta resuelve en una misteriosa simultaneidad en
el momento de la creación. Este acto se cumple en el sueño, es decir,
no es consciente del todo. Es determinado por el don poético, por la
predestinación.
La unidad del poema es su toque de magia, y la unidad se realiza por
asociaciones. Es su relación interna. La variedad participando secretamente en cada uno de sus elementos, determinando la unidad. Esta, en
el poema, se realiza en cada uno de sus gérmenes, pues la imagen, por
ejemplo, nace de una síntesis mágica de las asociaciones líricas, es decir,
posee su unidad dentro de la unidad del poema. El símbolo, por otra
parte, se hace de relaciones, y en él tienden a eternizarse los destellos,
las intuiciones, las experiencias, las visiones.
La realidad mágica. Esta intraobjetivación de la realidad que le permite al poeta contemplar el cosmos reflejado en los espejos de su
alma, lo conduce simultáneamente al riesgo ineludible de tropezarse
con la Nada, porque llega un momento en que no se puede penetrar
más en las honduras de la gran caverna anímica. Perdida en abstracciones, la consciencia añora el regreso a los sentidos; se le hace
indispensable aflorar al reino de la luz, de los sonidos, de los olores,
de las temperaturas; pasar de las intuiciones mediúmnicas al dominio de las percepciones, de las sombras del misterio ala claridad
del día:
Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.
El regreso de las iluminaciones nocturnas al mundo cotidiano de los
sentidos da la impresión de ser un tránsito de lo maravilloso a lo
vulgar, de lo incógnito a lo conocido, de lo sobrecogedor a lo corriente.
Es como si la naturaleza perdiera a la luz del día todo el misterio
que adquiere bajo las sombras de la noche. Esto al menos debió de
pensar Gerbasi al aseverar que "más cerca de lo sobrenatural que
el día, la noche nos sitúa al borde del abismo". Leamos ahora, con
mucha atención, el poema que sigue. Fijémonos particularmente lo
que ocurre a partir de la conjunción adversativa mas con que se inicia
el noveno verso del fragmento. Tratemos finalmente de respondernos
si es cierto o no que el poeta se ha tropezado a pleno día con unos
seres enigmáticos y taciturnos, que dejan escapar frases sibilinas, ocultos los rostros por el humo de los tabacos, y ocultos ellos mismos
en unas viviendas donde ancianos hieráticos permanecen sentados
junto a la ceniza. ¿Hay algo más misteriosamente sugestivo que ese
ataúd llevado hacia la noche? En otras palabras, Vicente Gerbasi ha
dado de bruces con la magia de la realidad.
Ando entre derretidos espejos donde la flor se desfigura,
donde la miel resbala)a por el cuerpo deforme de los árboles,
por donde el ave pasa como un efímero temblor del iris.
La tierra muestra sus rojas heridas, sus pedruscos, sus cuevas,
sus grandes hormigas, sus gruesas hojas aceitosas, sus palmas,
sus viviendas de barro, donde el hombre cuelga su guitarra.
La gente seca en el viento del sol pieles de toro,
muele el maíz, hace el almidón, teje la fibra dorada,
mas anda como invisible, en silencio, en la pesadumbre,
en el humo del tabaco, buscando yerbas medicinales.
Interrogo y no recibo respuesta, y sólo alguna voz,
desde una puerta oscura que guarda la pobreza,
me dice: "Cuídate de la muerte en estos campos de la soledad",
y vuelve a esconderse, mientras el viento mueve sus llamas,
y levanta el polvo entre las resecas espigas,
entre los ancianos que permanecen sentados junto a la ceniza.
Nada he hecho, sólo siento el sol, silbar la serpiente;
nada he dicho aún, sólo sé que amo esta gente sonámbula,
que del mundo sólo conoce esta tierra roja, estas colinas rojas,
donde crece la vegetación más amarga y sedienta.
Nada sé, sólo oigo pasos, voces y cantos quejumbrosos,
y por la tarde veo que llevan un ataúd hacia la noche.
Es obvia, por supuesto, la intención social del poeta al referirse a la
existencia de campesinos venezolanos que viven sobre la dura
tierra rojiza, abandonados a su suerte. Pero, ¿no se ha introducido
aquí un sutil elemento mágico? Al darnos una visión realista, que
cualquiera puede constatar, no se sugiere algo misterioso, oculto tras
las apariencias sensibles de los seres? Creemos que sí, y esto es lo
que en terminología literaria se conoce con el nombre de Realismo
mágico. No tenemos noticia de nadie que haya hablado en Hispanoamérica de Realismo mágico antes que Gerbasi,
ni de que lo haya
definido con tanta claridad y precisión como él en estas líneas:
La realidad que se encuentra tan cerca de nuestros ojos y de nuestra
zozobra, esconde su esencia. También ella vive en su misterio, acechándonos (...) América todavía es un misterio y como misterio ha de expresarse. Para encontrar a América es preciso buscarla en su caos, que va
desde la vida cosmopolita de sus grandes puertos y ciudades, pasa por
las vastas comarcas que nosotros los iberoamericanos llamamos interior,
con sus llanos, montañas y abruptas regiones despobladas, y llega basta
el hinterland, donde florecen selvas alucinantes y plenas de peligro, cruzadas por anchos ríos oscuros y convulsos, en cuyas márgenes habita el
indio en su primitiva actitud de acechanza.
Nuestra poesía no puede ser sino plena de misterio. Ha de contener los
símbolos de nuestro maravilloso mundo. Tierras ásperas, peligrosas, tierras habitadas por fuerzas ocultas, tierras casi desiertas, tierras de la
melancolía, de la tristeza, de la angustia. Su realidad es el misterio, la
magia, el encantamiento.
Este deslumbrarse ante el misterio de las tierras vírgenes y sus enigmáticos moradores, produce un cambio radical en la orientación de la
poesía de Gerbasi, notorio ya en Poemas de la noche y de la tierra.
Sus antenas poéticas han comenzado a dirigirse hacia la captación
del mundo americano, pero sin que renuncie a los grandes interrogantes que giran en tomo al qué somos, de dónde venimos y para
dónde vamos. Por esto, ya pesar de su inclinación telúrica. Gerbasi
jamás pudo haber sido un poeta nativista, algo así como una especie
de fotógrafo glacial o pintoresco de la realidad. Hay en él suficiente
riqueza interior como para que el paisaje no le revele los signos que
están más allá de los alcances de una mirada superficial, y para que
no se sienta atrapado por las redes de la magia cotidiana. Todo esto
ha hecho de él un poeta que oscila entre el sueño y la vigilia, entre
lo ideal y lo real, entre el mundo subjetivo y el mundo objetivo:
Y caigo, así, en mi noche, en mi resina ardiente,
en los oscuros soplos de mi ser
que inundan hondos bosques de pinos y castaños,
olvidadas comarcas de caballos,
colinas que sostienen sus aldeas
en una luz de rocas y de olivos.
y caigo, así, en mis días de cálida penumbra,
como en una arboleda donde estallan las frutas,
como en patios que huelen a cacao,
en alcobas con Cristos,
en largos corredores que van hacia el crepúsculo,
en comarcas de negros con nocturnas fogatas.
con tambores y ríos, con ojos y con danzas.
En otro orden, tal vez pocos fragmentos en la poesía de Gerbasi
testimonian como el anterior la confluencia del mundo europeo y
del mundo americano.
El poder destructor del tiempo. Pocas lecturas resultarían más claras
y adaptadas a nuestro propósito de ahora, que estas reflexiones filosóficas sobre el tiempo, escritas por ese insigne clarificador del oscuro
lenguaje de los filósofos, que es Juan David García Bacca:
El futuro, esa dimensión del tiempo, es el lugar de lo posible. Ser posible
es ser futuro. Posible es lo que puede llegar a ser, a hacerse presente.
Ya su vez: pasado es el lugar en que se aparece 10 necesario. Lo pasado
es lo irremediable. De lo pasado no se pasa ya; lo futuro puede hacerse
presente y pasar a pasado; lo presente las cosas presentes en el presente puede pasar a pasado; pero lo que una vez llegó a ser pasado,
ya no puede volver atrás, dejó sin remedio de ser ( ...) El tiempo parece,
pues, imprimir una dirección irreversible a las cosas; todo va hacia el
pasado, viniendo del futuro y desfilando ante el presente.
Las reflexiones de García Bacca no terminan ni comienzan en el párrafo
transcrito, pero a nosotros nos basta lo que ahí está dicho para que
se comprenda el poder destructor del tiempo, que todo lo va haciendo
pasado, de donde nada puede volver al presente. Para Gerbasi, como
para Marcel Proust, sólo tiene interés el poder destructor del tiempo,
que una vez hecho pasado, sólo puede rescatarse por la vía de la
memoria, bajo la forma de fantasmas desvaídos o nítidos, que no otra
cosa son los recuerdos.
La memoria tiene no sólo la función de guardar, sino también la
de resguardar. El hombre requiere saber que su existir no es una
continua destrucción. Nos movemos en sentido inverso al tiempo.
Este viene del futuro, pasa por el presente y termina siendo pasado.
Nosotros venirnos del pasado, permanecemos un instante en cada
presente y continuamos el viaje inevitable hacia el futuro. Hasta que
un día la muerte nos convierte en pasado eterno. Mientras ello ocurre estamos en permanente mutación, construyéndonos y destruyéndonos a cada paso. Tema inquietante sin duda, que ha movido con
frecuencia la pluma de filósofos y poetas.
La melancolía y la infancia. La melancolía es un sentimiento relacionado con el pasado, y es, seguramente. uno de los estados anímicos
más a propósito para la remembranza poética. Bajo su influencia, la
memoria se lanza con mayor avidez al rescate de los recuerdos. y
éstos son un hilo que une lo que somos con lo que fuimos. La
melancolía como los sueños piensa Gerbasi tiende a reconstruirnos, a cerrar el círculo que va de nuestro nacimiento a nuestra muerte.
La melancolía y la infancia son temas recurrentes en toda la obra
poética de Gerbasi. La aldea natal con sus hermosas presencias poblando la tierra, el aire y el agua, es evocada como una visión deslumbrante que vuelve una y otra vez a los versos del poeta. Este
motif revela algo más que la remembranza de un mundo perfecto al
que sólo tiene acceso la inocencia. Revela la angustiosa lucha del yo
en su empeño por evitar la desintegración del individuo:
Muchos de los más hermosos y profundos versos nacen de la nostalgia
de la infancia. Rilke aconseja a Kappus en una de sus cartas,
volver
la atención a la infancia, a aquel deslumbrante reino, donde moran silenciosos y relucientes los más puros metales de la poesía. La nostalgia,
como los sueños, tienden a reconstruirnos, a integrarnos, a cerrar el círculo
que va de nuestro nacimiento a nuestra muerte.
El padre. Unido a la infancia ya la melancolía, a la soledad ya la
muerte, aparece la imagen del padre en algunas de las más altas
poesías de Gerbasi. ¿Quién fue, en la realidad. el progenitor del
poeta? Juan Bautista Gerbasi, ya se dijo, procedía de Vibonati. Lleg6
a Venezuela a fines del siglo pasado, y bien pronto se sintió unido
a esta tierra, que hizo suya. Intervino en la revuelta armada que
encabez6 el célebre Gral. José Manuel Hernández (1898) , a quien
apodaban El Mocho. Un día el viejo Gerbasi se avecind6 en Canoabo
y se dedicó al comercio. En 1911 fue a Italia para darle una
vuelta -la última- a sus gentes de allá. Regres6 casado en 1912.
Al año siguiente naci6 el poeta. Es el primogénito. Don Juan Bautista
se esmera en enseñarle el italiano y en contarle las historias de su
lejana aldea, porque ningún emigrante renuncia por entero a la nostalgia. El hijo sube por el río de la sangre y hace suyas las memorias de un pequeño paraíso evocado por el padre sobre una colina
redonda, bajo el aire del trigo, con pescadores en la aurora y viejos
olivos plateados. Esta es la aldea del sueño, de la melancolía, de la
infancia. Un mundo europeo, evocado, que contrasta con Canoabo,
la aldea del Trópico, la del hijo, que éste terminará por perder y
por convertir en otra presencia espiritual. A los diez años Gerbasi
es enviado a Italia por su padre (1923) .Cuando regresa seis años
más tarde, ya don Juan Bautista Gerbasi duerme bajo la tierra. Pero
sus voces profundas, las que sembrara en el hijo, continúan resonando
desde un horizonte ubicuo y remoto. Son, ahora, música interior,
patrimonio definitivo de la melancolía y el sueño. El tiempo ha cumplido su función destructora. El hijo busca al padre a través de la
memoria, única facultad humana que se enfrenta a lo irreversible del !
pasado:
El viejo ha enterrado sus anillos de oro,
sus pipas europeas. El viejo está dormido,
oigo pasar el viento sobre su vida extinta,
como silbos ardientes entre colinas yermas.
Hablaba de la oveja, del durazno y las viñas,
de las horas de invierno con pinos quejumbroso,
de noches junto al fuego, de lobos en la nieve,
de flautas de pastores bajo la primavera.
Su mano dibujaba la bíblica colina
de su aldea, con trigos, campanas y canciones,
su adorable colina cerca del Mar Tirreno,
al pie del Apenino, bajo la luz de un cuento.
Aquí bajo las cálidas y hondas horas nocturnas,
cuando todo está inmóvil y silba la serpiente,
soñaba en algo extraño, como en la soledad,
y con su voz se oía la música del mar.
Y sus sueños cayeron aliado de mi aldea,
y ahora se levantan cuando viene la noche,
y van con los suspiros del aire en los ramajes,
o vuelan hacia el alma cual lumbre de luciérnagas.
Mi padre, el inmigrante. Prácticamente, todo el universo poético de
Vicente Gerbasi está sintetizado en este magno poema en treinta
cantos.
Tres agrupaciones temáticas constituyen la estructura interior
de la obra, cada una de ellas susceptible de ser descompuesta en
numerosos conjuntos menores. De aquí deriva su complejidad, poco
frecuente en la lírica hispanoamericana.
La primera agrupación temática está constituida por las imágenes
descriptivas del mundo objetivo. Provienen de un doble juego de
vivencias, en las que se juntan las visiones de la tierra venezolana
y de sus gentes, naturaleza, mitos, costumbres, con las visiones de
Italia, de un mundo que se evoca a través de lo que el padre le
contaba al hijo, y de lo que el hijo vio por sí mismo cuando fue
enviado a estudiar en Europa. No es difícil identificar en el poema
ese continuo movimiento pendular que va del Trópico a las zonas
templadas del Viejo Mundo. Gerbasi se siente unido afectiva e intelectualmente con ambas tierras: la que le da cuna y es suya por
derecho de ciudadanía, y la que recibe como herencia en las palabras
y en la sangre de los padres.
Aquella casa fue mi casa.
Mi casa pintada de cal, allá en mi aldea,
escondida entre el café y el cacao.
Otras casas había, rojas, azules, verdes, amarillas,
en mi aldea, que entre árboles
jugaba con niños y caballos.
Había una plaza con cabras y almendrones de apacible sombra,
y una iglesia de donde salía un Cristo,
en una urna de cristal, cuando la Semana Santa.
Tu aldea en la colina redonda bajo el aire del trigo,
frente al mar con pescadores en la aurora,
levantaba torres y olivos plateados.
Bajaban por el césped los almendros de la primavera,
el labrador como un profeta joven,
y la pequeña pastora con su rostro en medio de un pañuelo.
La segunda agrupación temática se relaciona con el mundo interior
del poeta. En ella se dan cita la soledad, la muerte, el poder destructor del tiempo, la melancolía, la angustia, la noche, el sueño, la
vigilia. Todos estos elementos siguen al poeta como una jauría que
lo persigue sin cesar, mientras él anda buscándose a sí mismo en el
padre, que es como si un río quisiera descubrir su condición de río
remontándose a los manantiales de donde proviene.
En este viaje a los orígenes, surgen ruinas y fantasmas: no queda el
padre, no queda la aldea, no queda la infancia. Todo hacia atrás es
una sombra. Ahora comprende que viene de la noche en rumbo hacia
la muerte, que es como decir, hacia otra noche:
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.
Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,
con volcanes adustos, con selvas hechizadas
donde moran las sombras azules del espanto.
Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses,
solos en la tristeza de lejanas estrellas.
Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan ráfagas seculares.
Atrás quedan las puertas quejándose en el viento.
Atrás queda la angustia con espejos celestes.
Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:
engendrador de vida, engendrador de muerte.
El tiempo que levanta y desgasta columnas,
y murmura en las olas milenarias del mar.
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,
el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,
el llanto en la memoria,
todo queda cerrado por anillos de sombra.
Con címbalos antiguos el tiempo nos levanta.
Con címbalos, con vino, con ramos de laureles.
Mas en el alma caen acordes penumbrosos.
La pesadumbre cava con pezuñas de lobo.
Escuchad hacia adentro los ecos infinitos,
los cornos del enigma en vuestras lejanías.
En el hierro oxidado hay brillos en que el alma desesperada cae,
y piedras que han pasado por la mano del hombre,
y arenas solitarias,
y lamentos del agua en cauces penumbrosos.
¡Reclamad, gritando hacia el abismo,
el mirar interior que hacia la muerte avanza!
En nuestras horas yacen reflejos de heliotropos,
manos apasionadas, relámpagos del sueño.
¡Venid a los desiertos y escuchad vuestra voz!
¡Venid a los desiertos y gritad a los cielos!
El corazón es una secreta soledad.
Sólo el amor descansa entre dos manos,
y baja en la simiente como un rumor oscuro,
como torrente negro, como aerolito azul,
con temblor de luciérnagas volando en un espejo,
o con gritos de bestias que se rompen las venas
en las calientes noches de insomnes soledades.
Mas la simiente trae a la visible e invisible muerte.
¡Llamad, llamad, llamad vuestro rostro perdido
a orillas de la gran sombra!
El tercer conjunto temático tiene como centro la evocación del padre,
cuya vida se narra en algunos cantos. Gerbasi lo advierte en el pórtico
de su poema: "Mi padre, Juan Bautista Gerbasi, cuya vida es el
motivo de este poema, nació en una aldea viñatera de Italia, a orillas
del Mar Tirreno, y murió en Canoabo, pequeño pueblo venezolano
escondido en una agreste comarca del Estado Carabobo". Aparte de
ser el motif de la obra, el padre del poeta tiene en ella otras funciones de gran importancia. Es, en primer lugar, el tema exterior, el
núcleo central que cohesiona y da coherencia a una gama tan variada
de contenidos como los que van apareciendo y repitiéndose a lo
largo de treinta cantos. En segundo lugar, la circunstancia de hallarse
muerto lo convierte en un elemento poético excepcional donde confluyen la vigilia y el sueño, lo real y lo ideal, lo objetivo y lo subjetivo, es decir: las dos grandes orientaciones en la obra de Gerbasi.
En tercer término el padre es origen del hijo, y anticipo de lo que
éste será cuando sea llegada su hora. Es pasado y es futuro. Como
pasado, como origen del hijo, él representa una de las metas de
quien se busca a sí mismo, pues por el fruto se deduce el árbol.
Ya lo dijo Rilke: "La sangre de nuestros antepasados, que incesantemente se mueve en nosotros y se combina con lo que nos es
propio, para constituir aquello singular, no repetido, que somos en
cada recodo de nuestra vida".
Pero el padre muerto es ya, no
sólo el perdido origen biológico del hijo, sino también visión metafísica del futuro, de ese viaje de la nada a la nada, de ese tránsito
vital en que nosotros y lo que nos rodea se va destruyendo y reconstruyendo a cada paso, hasta que todo queda cerrado por anillos
de sombra y soledad:
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Tirano de sombra y fuego. El otro gran poema de Gerbasi, treinta
y cinco cantos, tiene como núcleo de gravitación la figura histórico legendaria de Lope de Aguirre, apodado El Tirano. No estamos seguros si los lectores de Gerbasi y sus críticos, han destacado suficientemente las excelencias de esta obra, o si, por el contrario, se han
quedado detenidos en Mi padre, el inmigrante. Pocos poemas conocemos en Hispanoamérica que condensen con tal fuerza lírica una
visión mágica de la tierra y de sus grandes mitos y leyendas. Para
darla, Gerbasi tuvo el acierto de elegir como tema exterior una
de las personalidades más interesantes y sugestivas de la Conquista.
Aguirre era de origen vasco. Según las noticias que de él nos da
Rafael María Baralt,
pasó al Perú, y se ganó la vida domando y
adiestrando caballos, uno de los animales más fabulosos para el indígena americano, que no lo conocía. Según lo describen quienes lo
vieron, Aguirre era pequeño de cuerpo, flaco de carnes, grande
y bullicioso hablador. No hubo asonada, levantamiento o motín en
que no interviniese al lado de los rebeldes. En más de una ocasión
escapó de la horca. Fue expulsado de todas las ciudades del Perú.
Se enroló en una expedición que iba a explorar el país de los
omaguas, donde se suponía estaba el legendario Dorado. Asesinó a
los jefes. Se adueñó de los barcos. Se declaró en rebelión contra el
Rey de España. y navegando por el Marañón y el Amazonas salió
al Atlántico, viró hacia el norte y desembarcó en la Margarita. Degolló, ahorcó, vejó, saqueó. y decidió continuar su ruta. De Margarita vino por mar hasta Borburata y puso pie en Tierra Firme.
Siguió hacia Valencia y por las Serranías de Nirgua tomó rumbo
a Barquisimeto, donde fue interceptado por fuerzas leales al Rey.
Ahí rindió la vida en octubre de 1561, no sin antes haber apuñalado
a su propia hija, y haberse quedado en la más completa soledad,
porque sus hombres habían ido abandonándolo uno a uno, empavorecidos por el carácter sanguinario de Aguirre y atraídos por las
ofertas de un indulto real.
Dejó su nombre unido al de las tierra por donde pasó. Se hizo, él
mismo, parte de la tierra, fuego fatuo, candela amarilla que rueda
por las sabanas y que la gente identifica con el nombre suyo, porque mantiene la creencia de que es su alma en pena la que pone
esa luz fantasmagórica en el temblor de la noche. Esta sugestiva
figura, parte realidad, parte mito, parte leyenda, ha inspirado algunas obras de nuestra literatura. Es personaje principal en el cuento
Fuego fatuo (1936) de Arturo Uslar-Pietri y protagonista de su novela El camino de El Dorado (1949). Es, así mismo, figura central
en una excelente biografía novelada de Casto Fulgencio López: Lope
de Aguirre el Peregrino. Apellidado el Tirano. Primer caudillo libertario de América (1947). El poema de Gerbasi fue publicado en
1955, pero sus alusiones al Tirano Aguirre comienzan a aparecer
diez años antes, en Mi padre. el inmigrante.
La figura de Lope de Aguirre tiene dos planos, como se habrá comprendido. Uno histórico, recogido por cronistas e historiadores, y otro
legendario, mítico, misterioso, que es tema de campesinos y de poetas.
Gerbasi trabaja estos dos planos en su poema y los alterna. En
Tirano de sombra y fuego. Aguirre se nos aparece evocado en su
viaje histórico, y también, como una emanaci6n mágica de la naturaleza salvaje, construida con imágenes de violencia. muerte y soledad. Del hombre de carne y hueso. Gerbasi pasa al fantasma y viceversa, en un juego alucinante en que los lectores van de la realidad
a la irrealidad. de lo natural a lo sobrenatural, hasta que la figura
misma de Aguirre, a fuer de fantasma. se disuelve y desaparece en el
poema. He aquí muestras excelentes de estos dos planos:
En barcos fantasmales, con gritos, con espadas,
bajaste por los ríos al gran río de América.
Penetraste en la selva de plantas sudorosas.
en la selva que enciende luciérnagas de lluvia,
dando lumbre a las flores primarias de la tierra.
Penumbra donde vuelan mariposas de fuego.
Ambito de las aves más bellas de este mundo.
Espacio que vigilan los jaguares del tiempo.
Sombra verde, poblada de pasos invisibles.
Resonancia del mar, del cielo, de la muerte.
En ella no combaten las noches y los días.
En ella pasan juntas las sombras y la luz.
En ella se detiene el tiempo entre las llanas,
y sólo se renueva en el amor oculto
de insectos como joyas. de fieras que se muerden,
de serpientes que trenzan sus babosos colores.
Entraste a esta morada sin techo y sin estrellas,
sin caminos ni sol, donde se oye la muerte
mordiendo, en la hojarasca, huesos, ramas, almendras.
Se apoderó de ti la verde alma sangrienta
del hosco Curupira, que defiende los árboles,
y amansa los caimanes, y recoge el veneno
de húmedos alacranes, y camina hacia atrás
para perder la gente en el cálido vaho
de aguas que se fermentan con flores y gusanos.
Te envolvió entre las redes de peludas arañas
que llenan de lamento los ocultos rincones
del alma de Canaima.
Te produjo el insomnio con nubes de zancudos.
Te trasmitió la fiebre de lentas llamaradas.
Te dio a comer raíces que conocen los brujos.
y te hundió en el delirio del polen que en la sombra
engendra la arboleda de los duendes azules.
Cuando saliste al mar ibas solo y perdido.
solo entre tus soldados. bajo una lluvia lenta
que enciende por el cielo el penacho de Dios.
En lo alto de la colina donde duermen los colibríes
te yergues con una capa de viento azul
que abre grutas lunares en las nubes.
Cuentas monedas como astros.
cuentas botones, alfileres de brujos.
dientes de oro de los muertos,
risas que se responden en los barrancos.
Con tus manos incendiadas
llamas carceleros, torturadores, máscaras del diablo.
Con tus manos incendiadas lanzas colina abajo
barriles de viejo vino,
puñados de huesos, calaveras de toros,
aullidos de perros funerarios.
Mueves el furor de tu muerte
despertando buitres, llamaradas en los pastizales.
lamentos en las cercanías de las viviendas rurales.
Andas en busca de los que enterraron dinero
en las faldas de las montañas
o en casas de ladrillos carcomidos.
Con risas. con gritos, con silbos de serpiente.
te pierdes en la ondulación de las colinas.
Recordemos que trece años antes de que se publicara Tirano de
sombra y fuego, Gerbasi había dicho: " América es un misterio y
como misterio debe expresarse (...) Nuestra poesía no puede ser
Sino plena de misterio. Ha de contener los símbolos de nuestro maravilloso mundo. Tierras ásperas, peligrosas, tierras habitadas por fuerzas
ocultas, tierras casi desiertas, tierras de la melancolía, de la tristeza,
de la angustia. Su realidad es el misterio, la magia, el encantamiento". Y se dio a sí mismo la razón, Como corresponde a quien sabe lo
que dice. y practica lo que predica.