El Avila y Humbolt

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EL AVILA Y HUMBOLT




Por Vicente Gerbasi     
(Especial para "El Nacional")



            Como en estos días el Avila está de moda con el teleférico es oportuno recordar la excursión que por el año de 1.800 hiciera Humboldt a la majestuosa montaña que separa a Caracas del mar. Por esa época nuestra Capital era un poblachón de unos 40.000 habitantes. Sus calles empedradas bajaban de la Pastora por la Plaza de la Trinidad y la Plaza Mayor, hoy Plaza Bolívar, hasta llegar al río Guaire. Otros tres riachuelos, el Anauco, el Catuche y el Caruata, que hoy se han hecho casi invisibles por el desarrollo de la urbe. cruzaban el poblado por hondos cauces penumbrosos que daban al ambiente esa oscura atmósfera de los misteriosos paisajes de Gustavo Doré

            De las casas de techos rojos y amplios patios con chaguaramos y trinitarias, sobresalían las cúpulas y las torres de ocho templos. La gente se reunía en las plazas o paseaba en bellos carruajes que por las tardes se perdían entre hileras de sauces esfumados por la bruma.

            Los alrededores de la ciudad estaban cuadriculados por frescas huertas y haciendas sembradas de narartjos, cambures, café, manzanos, albaricoqueros y trigo.

            El hecho de que Humboldt observara en estas tierras caraqueñas el cultivo de árboles frutales originarios de Europa, nos hace pensar que nuestro clima en aquel tiempo era considerablemente más benigno que ahora. Mucha gente así lo cree, pero si nos atenemos a los estudios que posteriormente se han hecho sobre nuestra climatología, hemos de apartarnos de tal idea.

            Después de las observaciones de Humboldt sobre el clima de nuestro valle, siguieron Ias de los Ingenieros Olegario Meneses y O. José Meneses, las del Licenciado Agustín Aveledo en su plantel de Santa María, las del Dr. Ernst, y por último las del Dr. Eduardo Röhl, quien en 1.944 publicó un folleto titulado "Contribución al Conocimiento del Clima de Caracas", en el cual recoge los datos que sobre el clima de Caracas ha venido registrando el Observatorio Cagigal desde el año de 1.893, y compara éstos con los anteriores.

            Humboldt observó que la temperatura de Caracas en los meses más fríos era de 21° y 22° durante el día, y de 16° y 17° durante la noche. En cambio, en los meses más calurosos, es decir julio y agosto, registró 25° y 26° durante el día, y de 16° y 17° durante la noche .Asimismo calculó que la temperatura media del año en Caracas era de 21,5°.

            Tanto el Dr. Ernst como el Dr. Eduardo Röhl tienen muy en cuenta para sus comparaciones el hecho de que Humboldt y su compañero Bonpland hicieron sus observaciones en la parte alta de Caracas.

            El Dr. Röhl termina su trabajo diciendo: "De todos modos se repara. la inesperada por pequeña, entre las diferencias de las temperaturas:

de 1.799..................................21,42°
     1.868 ..................................21,20°
     1.931-1.941........................22,42°


            "Comparación que corrobora que la temperatura media de Caracas apenas ha aumentado 1 grado entre esos años"°.

            Ahora no sabemos si después de la última fecha señalada por el Dr. Röhl el aumento ha continuado a consecuencia del crecimiento de la ciudad y de la deforestación del valle y de las colinas circundantes para la construcción de nuevas barriadas.

            Hemos querido detenernos a hablar un poco sobre el clima de Caracas porque una de las fundamentales razones por las cuales los caraqueños ansían subir al Avila es para gozar de una temperatura verdaderamente fresca.

            A la estación del teleférico, que se encuentra varios centenares de metros más baja que la Silla, se puede subir en unos diez minutos. Humboldt necesitó para escalar esta montaña aproximadamente diez horas. En compañía de Bonpland y de otras 16 personas, algunas de las cuales se devolvieron por cansancio a mitad de camino, el sabio alemán emprendió su memorable excursión a las cinco de la mañana del día 5 de enero de 1.800 partiendo de la Estancia de Gallegos, situada cerca del riachuelo de Chacaito. A las siete llegaron al sitio denominado La Puerta de la Silla. Allí la temperatura era de 11,2°. Hasta mediada la tarde, continuó la marcha por la empinada cuesta. Desde la cascada de Chacaíto, hasta casi 2.000 metros de altura, no encontraron sino sabanas. Cuando la neblina envolvía el monte. la temperatura bajaba a 12° y cuando el cielo volvía a serenarse, subía a 21°. Pocas hora. después entraron en un bosque llamado El Pejual. Después de los 2.000 metros de altura, tropezaron con "una zona de arbustos que por su tamaño, sus ramas tortuosas, la dureza de sus hojas, la magnitud y belleza de sus flores, recuerdan lo que en la cordillera de los Andes designan con el nombre de vegetación de los Páramos y de las Punas."

            Humboldt recuerda que en estas alturas del Avila vegetan las Befarias de flores purpúreas, la caparrosa, muchas plantas resinosas, y la que tanto le llamó la atenció: una planta llamada Incienso por los criollos.

            Más allá de este bosque, la montaña vuelve a ser árida y cubierta apenas por el verde suave de pequenas gramíneas.

            Pasada la depresión que se forma entre las dos cumbres y de la cual le viene el nombre de Silla, porque tiene la forma de una silla de montar a caballo, ascendieron a la cúpula del extremo oriental. Después de hora y media de permanencia en ese lugar, emprendieron el regreso.

            Según lo que se desprende de las observaciones de Humboldt, la temperatura en el Avila es bastante oscilante. El sabio marcó en la cumbre, a eso de las cuatro de la tarde, 13,7°, habiendo registrado 11° en un lugar más bajo pocos momentos antes. También observó Humboldt que "la temperatura de la atmóstera variaba en el pico de la Silla de 11° a 14° grados, según estuviese en calma el tiempo o que soplase el viento."

            Tenemos la idea, aunque no tenemos a la mano ningún dato sobre el particular, de que la diferencia entre la temperatura diurna y la nocturna en la cumbre del Avila ha de ser considerable.

            Hace pocos días subimos a nuestra montaña en el teleférico. Era el atardecer y, como lo vió Humboldt, las abruptas e impresionantes faldas ahuecadas por negros precipicios y hondonadas, estaban cubiertas de espesa bruma. En el lugar donde está la estación, el cielo volvió a aclararse y entonces apareció a nuestros pies un extenso mar de nubes que nos creó la ilusión de encontrarnos frente a un paisaje polar. En el horizonte de esta fantástica llanura de nieve, hacia el sur, se elevaban lejanas montañas azules. Hacia el norte, el mar. Hacía frío, pero no pude ver a cuántos grados estaba la temperatura, porque no encontré ningún termómetro al aire libre. A medida que avanzó la noche, se intensificó el frío. A eso de las diez comenzó a soplar un viento recio que, impulsando las nubes hacia el oeste, dejó al descubierto el más grandioso y alucinante espectáculo nocturno que la naturaleza pueda ofrecer. Abajo, la ciudad parece una inmensa joyería.

            Me imaginé a Humboldt sentado en una peña de estas alturas contempIando las opacas luces de la pequeña ciudad de entonces.

            Y pensé en la gente que dentro de un siglo podrá maravillarse desde estas mismas cumbres ante el panorama de una ciudad de varios millones de habitantes que habrá cubierto todo el valle e invadido colinas y serranias.