Cuentos, Artículos y Ensayos



Publicado en la revista "Viernes" Nº 6, Enero de 1940, pág. 24:

Poesía y dinámica de Jorge Rojas en "Piedra y Cielo"

Antes de hablar del poema "La Ciudad Sumergida" de Jorge Rojas, quiero decir algunas breves palabras de cordialidad sobre los cuadernos de poesía "Piedra y Cielo", que un grupo de poetas y escritores colombianos ha iniciado en Bogotá.

Estas publicaciones implican alta manifestación de entusiasmo. Traen "la anunciación del canto". El entusiasmo nos revela posibilidades y cuando éstas existen el entusiasmo brota como una llamarada. Nada es más necesario para el poeta —para el artista—, que el entusiasmo. Y es maravilloso que este fuego recorra el continente de manera simultánea. El anhelo creador, que es el entusiasmo, la angustia, está presente en la juventud de todos los paises de América y en ellos se unifica y se funde un solo ideal.

En los cuadernos "Piedra y Cielo" —cuya presentación y contenido está demás elogiar—, sus iniciadores se presentan con el signo de la fe. "Creemos en la poesía. Respiramos su imponderable materia y transitamos su misterioso rumbo. Queremos reflejar claramente sobre el huidizo espejo del tiempo cuanto de eterno ha dejado entre nosotros su duro mandato y tremenda predestinación".

Mantenernos en vigilia ante ese clamor íntimo que nos asoma al infinito es ya indicio de eternidad. En la vigilia se explora el yo profundo y se siente la necesidad de darlo a la expresión. Se le hace oir en la tierra y en los ámbitos infinitos. Es la perenne angustia metafísica de la poesía. En su tempestad va el poeta como un navegante sombrío o Iuminoso, luchando dentro de su propio destino, en busca de los horizontes eternos.

En la comprensión de esta angustia —que es ir hacia el ser— se funde y se ama la juventud americana. Amemos a la juventud americana, y amémonos en ella poseidos siempre de la vigilia que nos obliga a la creación. En ello estará también implicada la creación de América y de su continental amistad.

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Entramos a "La Ciudad Sumergida". El aire profundo de la soledad sopla entre su fina e intangible arquitectura. Aire dificil, de temperaturas diversas y tremendas. Aire del misterio. sóro en la intimidad podemos hallar el misterio. "El misterio sólo es posible para un ser capaz de recogimiento", ha dicho Gabriel Marcel. "La Ciudad Sumergida" es la ciudad de la intimidad:

"sumergida también, entre mis venas,-. volando tus campanas de alegria".

Sumergida en la angustia cósmica del poeta, en el viento de las motivaciones profundas, tendida en el mágico territorio del subconsciente. En estos dominios, en estas comarcas de alucinante geografía, nos encontramos frente a la necesidad ineludible de explorar. Es la necesidad que siente el poeta de su propia exploración. Siguiendo estos rumbos podremos asomarnos al infinito.

Jorge Rojas, como poeta nuevo que es, no puede eludir esta exploración, esta indagación íntima y a la vez admirablemente cósmica: Jorge Rojas se hunde en la ciudad hundida en su sér.

Para qué el mar, si dejo mis riberas, de piel, yo joven mar dulcisonante, en busca de mis aguas verdaderas?

"La Ciudad Sumergida" va apareciendo a la profunda mirada del poeta —-y a la mirada del lector— como a través de otras aguas angustiantes y terribles.

"y desciendo de un mar a otro más bajo".
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"El agua transparente ante el redondo —dominio vertical del sol, reluce— para aclarar las aguas de mi fondo".

¿No es éste el mundo de una angustia implacable? Cierto que lo es, mas el poeta encuentra la conciliación con ese su propio mundo tremendo mediante la expresión que también se realiza a través de la angustia. Y esta angustia por la expresión es aún mayor en el poeta moderno que ha comprendido a cabalidad que la palabra no puede emplearse en el poema por su mero valor filológico, sino por su contenido expresional en un momento dado del poema. Podría decirse, además, que en el verdadero poeta, la palabra no es buscada sino encontrada, después, eso sí, de un largo proceso de acendramiento. Se da espontánea como el agua de los manantiales, limpia como el agua del cielo, perenne y profunda como el agua de los mares.

El mundo submarino de Jorge Rojas en "La Ciudad Sumergida" se va dando así a través de sus palabras y expresiones líricas exactas. ¿Pero cómo puede darse esta expresión exacta en el poeta; si ei poeta es angustia, furia, fuego, demonio, ángel, vibración universal, llanto, risa, hecatombe, tranquilidad, mirada sobre dominios infinitos? Creo que esa expresión exacta se da en el poeta por el camino de la indagación de sí mismo. Una palabra en un poema debe equivaler a algo del poeta. Si no nos indagamos, es imposible que en una palabra demos ese algo de nosotros, de ese nuestro mundo maravilloso y pleno de finos peligros.

"La Ciudad Sumergida" nace perfecta, nítida:

"Hecha bosque de viento, se arrebata —de rumbos su violenta arquitectura— y trémula en las ondas se recata.

"Se arremolina y vuélvese más pura —su lograda materia, remolino— parece palomas y blancura".

Es una ciudad onírica, escondida bajo una tempestad imaginativa, encontra por rumbos dantescos:

"Lentos ahogados cruzan la corriente —curvando ante los ojos desvelados— la vela desplegada de la frente".

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"Me ciega un ancho mar donde florecen —amapolas de bocas conocidas— que de nuevo sus cálices ofrecen".

La profundidad subjetiva —profundidad de mar íntimo— de "La Ciudad Sumergida", nos lleva a un mundo de fosforescencias y revelaciones mágicas. Vuelto hacia sí mismo, hacia su propio insomnio, Jorge Rojas, como un perseguido —perseguido por la poesía— se entrega, a la manera de los náufragos sublimes, a sus propias corrientes, a las corrientes que huyen hacia el infinito. hacia el misterio, hacia la salvacíón, donde nos revela con el fino aire tradicional de la 'Luz que flota en el olvido", la encantada ciudad sumergida de su sueño.