Artículos y ensayos sobre Vicente Gerbasi

Alí Lameda

CANTO ELEGIACO
PARA VICENTE GERBASI


A la memoria de Consuelo,
magnífica Esposa, Madre y Amiga

A Beatriz, Fernando y Gonzalo Gerbasi

A MODO DE PRESENTACION

      El 29 de diciembre del año pasado -1992- moría en Caracas Vicente Gerbasi, una de las más puras y espléndidas voces de la poesía venezolana y continental. Nació e l2 de junio de 1913, en Canoabo -Estado Carabobo-, no lejos de Caracas, una de las aldeas más hermosas de Venezuela. Hijo de un pulcro y laborioso inmigrante italiano, a cuyo memoria consagró un admirable poema, "Mi padre el Inmigrante", ya clásico en la literatura venezolana, Gerbasi cursó estudios de Filosofía y Letras en Florencia.

      La poesía de Vicente Gerbasi sobresale y se impone gracias a la originalidad y brillantez de sus imágenes, sus metáforas y sus giros. Vibra y se despliega magníficamente, de lo pequeño digno del canto, a lo vasto y universal. Para Gerbasi el centro cósmico, artístico y humano de su poemática es, en primer lugar Venezuela. De ahí los numerosos, bellísimos y sugestivos poemas que escribiera sobre el múltiple exuberante mundo venezolano, creaciones en las que Canoabo, su amada aldea nativa, ocupa sitial emotivo de preferencia. Pero su ojo, su profunda sensibilidad y su gran arte creativo animaron en otras regiones de la tierra, cercanas o distantes de su país. Así, viene de forzosa cita su notable poemario "Olivos de Eternidad", dedicado a Israel. Y otros más.

      Si bien Gerbasi brilló y se destacó ante todo como Poeta de suma validez, él se ocuparía igualmente de otros quehaceres literarios. Fue excelente periodista, ensayista y crítico. Su nombre va ligado como fundador y redactor, a diversas revistas, de poesía pura y otros temas culturales. Entre éstas la revista "Viernes", órgano del famoso GRUPO VIERNES, que lo tuvo como uno de sus fundadores más animosos y decisivos.

      Otras actividades lo llamaron, y alli se desempeño con el realce que era de esperarse, teniendo en cuenta su magna personalidad. Aquí, por fuerza, debemos mencionar la Diplomacia, donde Gerbasi, siempre con muy elevado rango, y por treinta anos, realizó estupenda y fecunda labor. Allí, sin medias tintas ni bajones, dio continuo lustre a Venezuela, por su gran capacidad, su cultura, su patriotismo, su espíritu generoso y su exquisito don de gentes. El caso del Poeta-Diplomático Vicente Gerbasi puede traerse como ejemplo de lo que es capaz de enriquecer y servir la Poesía a la Diplomacia, cuando la realiza un hombre del gran relieve espiritual, intelectual y humano como Vicente Gerbasi, Poeta sumo, y Embajador brillante de su país en varias naciones. A la hora de su muerte Vicente Gerbasi era Director Emérito de la Revista Nacional de Cultura, una de las publicaciones más valiosas de Venezuela y América Latina. Da una idea del prestigio y la autoridad intelectual y moral de Vicente Gerbasi, el hecho de que, a raíz de su deceso, el Presidente de Venezuela Don Carlos Andrés Pérez, decretase tres días de duelo nacional.

      Sencillez y densidad, nada ambigua, sin manchones verbales, ni ripios ni lugares comunes, de una riqueza interior inagotable; delicada, diamantina y de radiantes y eclosivos ardores, que él supo expresar con arte supremo. Tal, en buena parte, la Poesía de Vicente Gerbasi, y traducida a varios idiomas con más de 15 títulos a su haber.

      El magno Poeta de "Mi Padre el Inmigrante" ya no anima entre nosotros. Pero él vive, con vida eterna, en sus versos extraordinarios.

Alí Lameda


Viene hoy a mi recuerdo la imagen de Vicente
Gerbasi, como un día luciera, fresca y pura,
con todo lo que tuvo de mágica y fulgente
su hermosáJhumanísima envoltura.

Sobre esta tierra nuestra, de incólume y bravía
palpitación, salvajes cumbreras y raudales
marchó su esplendorosa poesía
hecha de ardientes zumos y alondras siderales;

hecha de lo más prístino que irradia el suelo suyo,
en el país llamado Venezuela,
rico de hondos boscajes que rasga un gran cocuyo
glauco, y sierpes y brujos con ojos de candela;

de las umbelas de cinabrio rico,
de toros y sidéreas raíces, del curare
mortal, y el sol que se abre, flamígero abanico,
y el jaguar hecho luna, y el alma del Maremare.

Poesía que junta sin fatiga
polen, terrón, crispados crepúsculos y abejas,
brumas, obscuros mástiles. una hechizada espiga
de tornasol, grisáceas y bermejas

mariposas. ¿Qué vemos en el mundo
de alegría y tristeza de su especioso canto?
Vemos al alba un tigre sitibundo.
Vemos astros cayendo, columnas de amaranto.

Vemos gaviotas, pájaros de vidrio, caracoles
yertos, cuando la aurora despliega su rojiza
clámide, y al par vemos pequerlas nubes, soles
de ópalo, y al unísono la estela tornadiza

de las cosas, la lumbre del día y la penumbra,
y muros escoriados, puertas viejas, guadarlas
y aquí y allá una imagen de ayer que apesadumbra,
y un trueno obscureciendo terrible las montarñas

que a flor de café huelen; vemos charcas, honderos,
vemos al tiempo en su árida constelación vetusta,
y vemos astromelias, crisoles y avisperos,
vemos al canto en su medida justa.

Vemos parientes suyos. de perfil ante un horno.
junto a un perro, parientes de charla incomprendida
y que tal vez vinieran de un mundo sin retorno
mientras muy cerca ondeaba la flor resplandecida

del bucare. y sigamos tú y yo, sigamos viendo
lo que él amó en sus íntimos frondajes de una propia
maravilla interior, tras su crescendo
múltiple. y su hechicera, prismada cornucopia.

A este mundo Vicente un día vino
para ser como él siempre sería, sin rebuscos.
Así bajo esta cúpula solar me lo imagino,
junto a una viva fuente de ramalazos bruscos,

viéndolo todo a fondo con sus ojos
de espléndido cantor, viendo la escama
plomiza del misterio, los íngrimos despojos
en que al final termina -agónica su llama-,

sueno y carne y amor; viendo una inciena
planicie funeraria, viendo naranjos de oro,
la coral que alucina, túmulos, y la Puena
de los Siglos, y casi difunto el sicomoro.

Así me lo imagino, entre cujíes
punzantes, y coleópteros, dioses pétreos, en una
era de aves acuáticas y un sol de colibríes.
Me lo imagino al pie de la laguna

imaginaria, frente a la rotonda
mítica, en un insólito universo
de espejisroo, libélulas violáceas, y anaconda.
Dominio bien hallado, perdido, rudo y terso.

Dominio: arriba un aire lila, y ebrias volutas
y humaredas y halcones famélicos, que trajo
un viento atroz, y abajo las esenciales rutas
por donde viene y va el escarabajo

de alas negras y cárdenas, colmenas arnbarinas,
y abajo, por el flujo y el reflujo
del tiempo, harpas, veranos, rutilas eritrinas
y el collar de colmillos de báquiro del brujo.

Este el dominio que arde, perfuma y serpentea
de Vicente Gerbasi -como acabo
ya de decirlo-, quien nació en la aldea
más bella de gustarse y amarse: Canoabo.

y desde nino, en esa comarca en flor, a orillas
del cafetal, la ciénega, lo que su encanto efluvia
se alzó, viendo las húmedas bellotas amarillas
del cacao, los pájaros que llaman a la lluvia.

Poco a poco Vicente se hizo allr de la ciencia
de comprender la tierra, y en todas sus porciones,
de sol y misterisa opalescencia
y enjambres y colinas quemadas, y almendrones.

Vicente, ya su pecho sembrado del hechizo
de los astros, Vicente que conoce las lloras
y al paují quiere, al pobre conejo espantadizo
y las cigarras y las corocoras,

entre un aire de túnicas y antorchas, bajo el humo
del enigma, bajando ya el sol de los venados,
viendo los lisos frutos redondos del toturno
y gallos rubios y tornasolados.

Tal Vicente con su ángel de paz, su crucifijo
de roble, tal Vicente con su áspero deleite
pena y sed, tal el Hombre -como el mismo lo dijo-,
que vio la Cruz en una luz de aceite.

Tal su cielo, cuanto éste de hondo y fecundo alcanza
en una alegoría de arco-iris y lotos,
soles que se nos meten corro una ardiente lanza
y pumas y oropéndolas, y algas dulces y onotos.

Vengamos y sigarros siempre viniendo al clima
de su canto de innúmeros aromas, longitudes
ígneas, cuanto él derrama, cuanto por dentro anima
como una río que arrastra serpientes y ataúdes

de musgo gríseo, arrastra plumajes, carameras,
perros marchitos, garzas yertas. Eso y un poco
más. Entremos al mundo sin fin de sus palmeras
solares, y allí ver el sorrocloco

de amarillentos frutos de su ninez, el puro
silencio de las nubes, sin sed, ni luto, ni hambre,
y donde imperan rudas hembras, y el rey zamuro
de cuello rojo, peces de ágata, y el enjambre

El alma de Vicente vibra en este
campo suyo, en que vemos hogueras y redomas
plateadas, turas, y un fogón celeste,
murciélagos, prismáticas palomas.

y vemos y sentimos una brisa
de orquídeas, pobres gentes vestidas de penuria
y un gigantesco dombo que se irisa
al ocaso, y un mar, dragón de furia

azul, y un demonio que interviene
en todo a medianoche; donde vemos el rastro
que deja el tigre, y vemos la muerte que allí tiene
la forma de un venado con cuernos de alabastro.

Ahora ya el mirífico Poeta
no se halla, por desgracia, entre ncsotros.
Partió en la madrugada hacia una quieta
región en que no hay luna, ni agita el sol, ni hay potros

piel de cobre. albarizos y plúmbeos y alazanes.
Ya sus ojos no ven el Caballito
del Diablo. ni a los pardos, ocrosos gavilanes
que cruzan como flechas el ámbito inaudito

del cielo. Ya sus ojos no miran los helechos
leñosos, la crisálida que en sí misma se muda,
la mujer que sus muslos y sus pechos
bajo los naranjales del poniente desnuda.

Ya sus ojos de un tiempo no miran las barrancas
cuarzosas en la tarde. Pero sobre su huesa
-cuando se tornan cárdenas y áureas las nubes blancas-
seguirán volando aves de plumas de turqueza;

y en su silencio un árbol habrá de grandes hojas
vítreas y opalescentes; lo romperá el flautista
suyo. y una tras otra, raras hormigas rojas
irán por él, en medio de un alba de amatista.

Y en el claro, fragante, florido cementerio
que hoyes su mansión, élitros vistosos y nectarios
no faltarán, ni un día vasto corno el imperio
de sus viejos colores milenarios.

Bajo una luz de abejas se fue, y en el recinto
fúnebre en que no hay sitio para danzas o fugas
descansa eternamente como un jaguar extinto,
lejos de las arenas que ombrean las tortugas

enigmáticas, lejos del trompo y la zaranda,
lejos de fuegos fatuos, antiguos patios, lejos
de algo que en nuestra noche brota de pronto y anda
fantasmal, de sus junglas fluciales, sus espejos.

Vicente detenido en el enorme
paisaje de la muerte; Vicente ya sin vida,
o en otra vida, puro, multiforme,
Vicente y su llanura enrojecida.

Vicente que en su infancia, sin penas, sin estrago,
por Pascua, en Canoabo, miraba nazarenos
cetrinos y descalzos; Vicente corno un mago
que ascendra purpurantes licores y venenos.

y hoy ido para siempre. Más, queda su grandioso
Poema, hecho de cálidos espacios y ajenuces
y espadas, y una luna, corno un fulgor piadoso
detrás de la solemne Colina de las Cruces.

Y en tal Poema, pródigo de ardores primitivos
y pasmoso dominio alucinante
está siempre Vicente con sus regios Olivos
de Eternidad, sus hijos, su Padre el Inmigrante.

Y en ese mundo de alas púrpuras y corolas
donde el harrbriento perro del tiempo hurga yesca
la tierra, donde a solas retumba el mar, ya solas
peina el viejo Cristóbal, su blanca hermosa barba;

mundo del gran Poema de inmenso escalofrío
solar, Vicente anima, va con su verso acuestas,
y allí son siempre suyos, la hierba, el viento, el río,
los luceros, los pájaros radiosos, las florestas!

Alí Lameda
Asunción, 5 de marzo de 1993.