Artículos y ensayos sobre Vicente Gerbasi

Rafael Arráiz Lucca
Publicado en "El Universal" el 28 de diciembre de 1995, recordando los tres años de muerte del poeta.

EN CANOABO ESTA EL ALMA DE VICENTE GERBASI

a Virginia Betancourt Valverde

Un domingo en la tarde fuimos a visitar a Vicente Gerbasi. Nos recibió en su apartamento de la urbanización Cumbres de Curumo con su mujer, Consuelo. Lo que ha podido ser el clasico domingo insuflado por el desasosiego y el tedio, los Gerbasi lo convirtieron en una fiesta. Qué alegría de vivir, qué maravilla la de aquella pareja de enamorados que iban mas alla de los setenta. Nos fuimos de su casa de noche, convencidos de que la felicidad en cualquier momento toca la puerta y se sienta. Para Guadalupe, era la primera vez que trataba a un creador, un poeta, distinto a todos los demás. Y la cantidad de gente que hemos conocido. La diferencia que todavia celebra contundente y hasta emocionada es que Vicente era un hombre bueno. Qué difícil es encontrarlos tan absolutamente buenos. Un santo, más que un ángel. Como alguna vez dijo Borges refiriéndose a su padre: «Era muy inteligente y como todos los hombres inteligentes, muy bondadoso». La estrella que le brillaba en los ojos fue la que Guadalupe vio en él, ya harta de los egos enfermos de tantos otros artistas.

Recuerdo poquísimos domingos en la tarde a lo largo de mi vida. Uno es el de Vicente. Tan íngrimo como el retrato que me hizo mojando los dedos en vino con ceniza. Soy yo y estoy colgado en la pared del cuarto de mi hijo Cristóbal. Este privilegio ocurrió un mediodia en un restaurante de Las Mercedes con su inseparable amigo Francisco Pérez Perdomo. Compartiamos en esa época la misma casa. Abajo la Revista Nacional de Cultura y arriba la revista Imagen. Nos frecuentabamos a diario. Yo acudia a él con la certeza de que mis pasos me llevaban hasta un hombre grande. Un poeta, un hombre acostumbrado a beber en el pozo humilde de las palabras. La alegría, la arnistad, la arnabilidad, la buena voluntad, en tres palabras: la inteligencia bondadosa se sentaba a!lí todas las mañanas. Luego se iba con un sombrero blanco bellisimo que le daba un aire de ingenua elegancia.

Su obra poética, abundante, se inicia con Vigilia del Náufrago (1937) y concluye con el libro póstumo Los oriundos del paraíso (1994). Más de veinte títulos en casi sesenta añios de publicación de sus textos. Los estudiosos de su obra coinciden en seña!ar a dos de sus libros como los mas importantes. Me refiero a Mi padre, el inmigrante (1945) y Los espacios cálidos (1952). Ciertamente, son dos poemarios centrales de la poesia latinoarnericana. A mí me entusiasma particularmente el largo canto a su padre. No sólo por la factura impecable sino por el logro estructural. Es un poema redondo, logradisimo. Resume una experiencia universal: el europeo que llega a América y hace el inventario espiritual de lo que sus ojos, y su alma, registran. Si la nuez de la poesía es la imagen, la mirada, allí está ella como un relámpago (para echar mano de un fenómeno que fascinaba al poeta). Mi padre, el inmigrante comienza y termina con la constatación de la muerte. y este acontecimiento inevitable es el eje sobre el que gravita roda la vida y la obra (es lo mismo) de Gerbasi. Cristiano como era, no dejaba de estremecerle el misterio de la vida y la incertidumbre del más alla. Pero sobre todo el canto a la existencia que es su obra es testimonio de su alegría de vivir; de allí que la nada, la muerte, lo acercara unas veces al miedo y otras a la melancolía.

Los espacios cálidos quizás sea el poemario donde mejor brilla el deslumbrarniento máigico frente a la naturaleza. Allí, la mirada cándida y profundísima del poeta compone con armonía extraordinaria sus viajes. Respira a sus anchas la edad privilegiada del poeta: la infancia. Allí, Gerbasi logra rescatar su propia mirada: es un niño el que ve, el que columbra. Esta es la semilla del bosque que el poeta logra sembrar: un hombre desnudo mira el mundo por primera vez, como un niño. Destaco los poemas: «Te arno, infancia», «La casa de mi infancia», «En el fondo forestal del dia» y «El leopardo».

Si al señalar estos dos libros olvidárarnos algunos otros, estaríamos cometiendo un desafuero. A partir de Edades perdidas (1981) el poeta se acerca a un acantilado desde donde se divisa el océano. Le siguen Los colores ocultos (1985), Un dia muy distante (1988), El solitario viento de tas hojas (1989), lniciacion en ta intemperie (1990), Diamante fúnebre (1991) y Los oriundos del paraíso (1994). En estos siete poemarios, el poeta va acercándose cada vez más a una suerte de nuez del habla. Las palabras más claras, las imágenes más directas. Tan así fue que los editores diseñaron dos de estos poemarios con ilustraciones que le hacen guiños a los mas pequeños. AIguna vez le oí manifestar su extrañeza por estos procederes y, para atenuar su desazón, le comenté que no estaba mal buscar otros lectores entre los niños. No le disgustó la sugerencia. En todo caso, el propósito (o la confusión) de los editores algo nos está revelando. No es otra cosa que la decisión del poeta de irle quitando cortezas a un árbol hasta llegar a la mas blanca, a la mas tierna.

En una aproximación a su poesía, hace ya varios años, titulé «Gerbasi dibujante» el mínimo ensayo. No me arrepiento de haber indicado su afición (y su formación) por las artes plásticas como algo determinante en su obra creadora. Gerbasi no sólo dibujaba con gran sentido de las proporciones, sino que bastaba ver cómo combinaba su ropa para saber de su buen gusto, de su cercanía con el lenguaje del color. No podemos dejar a un lado un hecho capital en su vida: cursa bachillerato en Florencia. Sus padres, haciendo un gran esfuerzo, lo envían desde su Canoabo natal a Italia. Allí reside hasta el momento en que muere su padre y decide regresar a Venezuela. Juan Bautista Gerbasi deja de existir en el país al que emigró abandonando Vibonati, al pie de los Apeninos. No dudo que la formación florentina del poeta le haya labrado no sólo el sentido de la armonía, las proporciones y el color, sino algo que en sus últimos libros afloró persistentemente: la economía de medios. Mientras menos trazos se requieran para transmutar lo que los ojos ven, mejor. Quizás, la breve majestad de Ungaretti, de Montale, quizás la humildad de los ruegos mínimos, quizás la sospecha de que la abundancia puede esconder un tesoro, lo hayan empujado por este camino. El encantamiento ante el mundo, que se manifiesta desde el comienzo de su poesía, ahora encuentra cauces menos anchos, pero no menos intensos. Su perplejidad frente a la relojería exacta del universo se ahonda en su camino hacia lo íngrimo, lo escueto, la nuez:

Mi memoria está en el agua
pantanosa de la iguana
que abre los ojos
en una era sudorosa del mundo

Asi se expresa en «Cosmos» el poema que abre Edades perdidas, manifestando una vez más su perplejidad ante el misterio del universo. y es que la dilucidación del misterio es otra de las obsesiones que dispara la obra creadora de Gerbasi. Es como si el poeta buscara en la conducta del leopardo la explicación de sus fiebres, es como si en el paso del viento por entre los árboles o en la lluvia sobre los naranjales, anidaran las respuestas a muchas de sus circunstancias vitales. En el fondo, el poeta busca la palabra de Dios en la naturaleza, e intuye que el misterio es la expresión de una cifra incomprensible de la divinidad.

Con Consuelo Orta formó una familia que lo acompañó en múltiples avatares. Desde sus funciones como asesor en decoración, cuando la mandíbula de la dictadura perezjimenista apretaba, hasta los salones del Agregado Cultural y el Embajador. Bogotá, Haïti, La Habana, Israel, Dinamarca, Polonia, fueron algunos de los destinos diplomáticos de los Gerbasi. Fernando, Beatriz y Gonzalo se mudaban de país en país con sus padres, hasta que el año de 1971 dejaron de hacer y deshacer maletas. Desde entonces y hasta el final de sus días, el autor de Diamante fúnebre estuvo al frente de la Revista Nacional de Cultura. Muchos años antes había sido secretario de redacción de la misma revista cuando la dirigía Mariano Picón Salas. Estos retornos, en distintas condiciones, le tocaron varias veces al poeta. El año de 1992 estuvimos juntos en Bogotá. Alli regresaba Gerbasi, casi cuarenta años después, en su condición de padre del Embajador de Venezuela en Colombia. Allí fuimos testigos de la devoción de los hijos de Gerbasi por su padre, la misma que él habia profesado al suyo:

A veces caigo en mí, como viniendo de ti,
y me recojo en una tristeza inmóvil,
como una bandera que ha olvidado el viento.
Por mis sentidos pasan angeles del crepúsculo
y lentos me aprisionan los círculos nocturnos.
Venimos de la noche y hacia la noche varnos.
Escucha. Yo te arno desde un reloj de piedra,
donde caen las sombras, donde el silencio cae.

Otras dos obsesiones se suman a las que hemos enunciado. Me refiero a la noche y a Canoabo. La primera, cunde en su poesía por su poder encantatorio. Es el tiempo natural del misterio. Son las tinieblas las que alimentan la curiosidad por un mundo que no se entrega facimente. La persistente indagación del poeta en los espacios en sombra nos ha regalado poemas memorables.

Los silencios oscuros donde brillan los escarabajos,
la pupila calida como un rencor donde se incendia un pino,
el miedo de la ardilla en medio de los ojos,
un relápago en el fondo fluvial de la memoria,
he aquí un instante para convertirme en un poco de noche,
en un estanque de insomnio estelar.
Las oscuridades en el agua me dan espacios inconclusos,
joyas palpitantes, lampadarios de moradas nupciales.
Flotan telas en el viento de la sombra,
y alrededor suenan fuentes de bocas aborigenes,
aguas hacia el fondo donde la luz se agota,
donde un eco recomienza viniendo de nosotros.
La noche avanza como un palacio sin fondo

Pero la noche no sólo opera como el espacio de lo mágico y lo misterioso, sino que le brinda al poeta dos piedras preciosas: la soledad y el silencio. Estas dos situaciones son muy valoradas por Gerbasi. Encuentra en ellas la posibilidad de acceder a las revelaciones. Es como si solo y en silencio el hombre pudiese acercarse mas y mejor al rostro de la verdad. Asi es como la noctumidad provoca una suerte de fascinación múltiple en el poeta. La notable capacidad metafórica de Gerbasi, sus recursos magicistas, la sedimentación de imagenes surrealistas y, en suma, la otra realidad que va creando con sus versos está presente con fuerza en sus poemas de la noche. Especialmente, en ellos afloran sus brotes oníricos, sus demonios, su infancia, en una sola palabra: Canoabo. Este pueblo de la niñez y esta región agreste resumen todo un universo creativo. Es casi una palabra mágica para el poeta. Articula casi toda la materia de la que esta construido el templo Gerbasi:

Vi el día más oscuro
de la lluvia del trópico
que desde hace millones de años
cae en los ramajes
de mis sentidos.
Le pregunté a mi madre
cómo era la tierra
y me dijo que era redonda
como una naranJa
y que giraba en el cielo.
Pensé entonces,
por qué en algunos tétricos
rincones de las casas
caminaban horribles cucarachas
sin alas.
En el estanque del jardin
vi mi rostro
entre hojas
y pájaros profundos,
mientras la tierra giraba
en el cielo como una naranja

Es evidente que el decir gerbasiano fue depurándose hasta llegar a una limpieza notablemente rica. Su viaje no fue el del que desaloja una casa hasta dejarla muda; fue el viaje del que sólo amuebla la casa con las cosas más poderosas. Lo que está allí es lo que tiene mayor fuerza simbólica, mayor lujo conceptual, mayor ímpetu evocativo. A diferencia de algunos de sus lectores, que echan de menos la fiesta verbal abundante de la primera parte de su obra, a mí me entusiasma la ruta que tomó el poeta. Desde hace mucho admiro la operación del pintor chino frente a la hoja en blanco. El creador aguarda a que la obra le crezca adentro y al sentirla plena la ejecuta en pocos segundos. Esa suerte de meditación hondisima y paciente del pintor frente a su espacio es similar a la que Gerbasi acomete con su poesía última. A esto llegó al final de una vida de atenciones a los mensajes del corazón. Le abrió las puertas galantemente a sus voces interiores hasta que la suya, la más suya se apoderó de su garganta y cantó hasta el respiro final. Vicente Gerbasi tocó siempre las puertas del Señor y éste lo supo. Ahora su alma pertenece a Canoabo: Dios quiso devolverle el paraíso.